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        LOPE, EN SU CASA

(Calle de Cervantes, 11, Madrid).

A Carlos Bousoño,
que visitó conmigo la casa de Lope.

                              I

Miráis. Ahí el dintel, con su dicción antigua,
granito perdurable, sonando, prefiriendo.
Al fondo, luz: cristales. Y si en la luz entráis
veréis esta quietud que huerto fue o ha sido.
Aquí está «la mosqueta». Sus flores misteriosas.
Los «dos naranjos»: hálito, azahar, ¿azar? De amor
imagen valenciana
que él trajo y aquí hincara. Sus frutos nos perfuman.
Mirad, vosotros jóvenes que visitáis despacio,
calladamente el orbe
pequeño: aquí el brocal, el balde, el pozo, el agua
y, al fondo, retenido, el mismo cielo bello:
Madrid, su transparencia.
Hoy tibia: es el verano. Oíd los «ruiseñores»:
los niños. Los «dos niños». Carlitos Félix, Lope:
Lopillo Félix. Cantan. Marcela, Antonia Clara...
¡Cuán claros! Pero no. Cuán dulce calla el orbe
que entre los brillos rueda, perdura, torna, aléjase,
despunta, o amanece. Eterno, eterno un día.

Subid. ¿Arriba suena? El aire inmóvil tránsese
del rasguear buido que vuestra oreja alcanza.
La pluma de ave vuela, a ras del blanco intacto,
y traza o vive; escribe. Hirientemente quéjase.
¿La fuente? ¿El pío? El orbe casi volando bate
como ala, y se serena. Pasad. O luz, o sombra.

                              II

Lope sale visible. ¿Le veis? Su ardida frente,
volumen numeroso que resplandece a oscuras,
y bajo las dos cejas los ojos transparentes.
Otra es 3a luz que asumen o imparten. Alma o cuerpo,
viviendo, rebrillando. La voz, la voz... «Tú, Marta...»

En esa sombra impura la libertad pujante
cuerpo pidió y obtuvo, garganta, lira, voces,
Ei corazón rodante que de hombre en hombre pasa
aquí se detuviera: proclamación. ¿Ventura?
Oh, libertad humana que encarnación exige
por todos, y en un hombre se reconoce a veces,
de todos, para todos, por la palabra misma.
Por la común palabra que, dicha en uno, rueda
allá, hasta el mero límite: la condición humana.
Ventura, y aventura, sin fin. Lope aquí ardiendo.

                              III

Aquí el hogar, el hierro. Las trébedes. Ahí suena
la tabla. Los colgados vestidos. La frazada
que da aún calor. Miradlos: son los juguetes niños,
la manecita en bronce. Está el velón. Más lunas...
La libertad fue amor y redundó en prisiones.
Preso es o libre un hombre según su ánima dígale.
En sus cadenas suelto forjó el destino haciéndose
quien entre muros siempre vivió, venció: entregose.
Libertad más que amor fue Lope, y así brilla
perpetuamente libre: más libre hoy hace al hombre.

autógrafo

Vicente Aleixandre


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Cap. IV. Incorporación temporal