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        EL BESO DE CLEOPATRA

Cleopatra soñó. ¡Soñó en un beso!
Ella había besado tantas bocas;
pero faltaba a su amoroso exceso
la mayor ansia de sus ansias locas.
Besó la frente del mendigo anciano,
y la mejilla de la esclava impura,
y el sacro pie del ídolo, y la mano
sacerdotal; mas siempre en su locura
ansiaba un beso de sonoras alas,
que volase al azur, como primicia
de un placer nuevo de supremas galas,
disuelto en el temblor de una caricia...

Y una noche soñó que en el desierto
su alma era un huracán. Barriendo arenas,
su alma voló sobre ese libro abierto,
como un suspiro rápido que apenas
nace en el corazón cuando ya ha muerto.
Y huracán se sentía. ¡Oh, qué figura
tan desceñida y tan flotante aquella
que se soñaba ver! Su vestidura
iba quedando en ráfagas tras ella.
Cuando, de pronto, tropezó...

Sus ojos,
incendiados de amor, vieron al frente,
una cabeza enorme, en cuya boca
palpitaban los últimos despojos
de una sonrisa de expresión doliente,
en una muda contracción de roca.

Y sonrió también, porque el exceso
del visionario amor delicias finge;
y se acordó de que soñaba un beso,
¡y besó la cabeza de la Esfinge!

Cuando abriendo sus párpados de seda
paseó, vuelta a la vida, su mirada,
y vio de esclavos la ceñida rueda
que velaban su sueño, enamorada
de su alma de huracán, tendió la mano
y arrancole al que hallara más cercano
la vigilante y retadora espada.
Irguiose reposada y blandamente;
miró a todos después; y, bajo el peso
de su pereza, doblegó la frente;
y se dejó caer desfalleciente,
murmurando al caer: —¿Quién quiere un beso?

Los esclavos se vieron un instante;
mas, con el rostro pálido y sorpreso,
uno irguiose, dio un paso hacia adelante
y dijo: —¡Yo!

La reina lanzó un grito:
el grito de la fiera que ha encontrado
su presa al fin. Después...

Fue todo un sueño.
Dio la reina la espada al vil precito
que el beso le pidió: —Te has condenado
a morir. ¡Muere y lograrás tu empeño!

Luego el verdugo con veloz destreza
decapitó al esclavo. Y sonriente
quiso ver Cleopatra la cabeza...

Pasó todo aquel sueño por su mente,
y ansiolo realizar: entre sus manos
cogió aquella cabeza en su ansia loca;
pensó en el beso de sus sueños vanos;
y estampó un beso en la sagrienta boca...

Y volviose a dormir, ya que el exceso
del visionario amor delicias finge...
¡Y soñó nueva vez con aquel beso
que le dio a la cabeza de la Esfinge!

1900.

autógrafo

José Santos Chocano


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