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        ANTE EL PUEBLO

¡Oh Pueblo, de tus labios he aprendido
el verbo libertad y el himno idea!...
Tal como el ave que abandona el nido
y por las altas nubes se pasea
para luego volver donde ha partido,
por las regiones de la luz febea
me he paseado también, airado y suelto;
pero de ti he partido y a ti he vuelto!...

Tú me has dicho tus íntimas congojas,
me has hablado de todos tus dolores,
y me has rodeado de banderas rojas,
y has cantado mis versos luchadores...
¡Ah! Yo, que como un ave, entre tus hojas
formé mi nido y aspiré tus flores,
quiero hoy treparme a tus dolientes ramas
y prender fuego y envolverte en llamas!

Ya sin ideal y sin vigor, con calma
de sepulcro, en verdad, tú, siempre adusto,
dormías como un león bajo una palma
donde la sierpe se enroscó... Con gusto
quizás te hubieras arrancado el alma;
que como el Rey don Carlos en San Justo
estabas entre pompas sepulcrales
¡contemplando tus propios funerales!

Dentro las venas resbalaba el frío
de la debilidad... ¿Qué harán las aves
sin alas para el vuelo? ¡Oh Pueblo mío!
¿qué te restaba hacer? ¡Quemar las naves!
Y quemar algo más: en el bravío
Jordán de sangre es justo que te laves;
¡porque el Jordán de sangre limpia todo,
arranca piedras y fecunda el lodo!

¡Oh Pueblo! Deja que a la vez que te ame
odie tanto baldón y tanto enredo:
yo no puedo romper el yugo infame,
pero tampoco soportarlo puedo...
Cuando el mandón, colérico, te llame
ante su tribunal ¡ah! tú sin miedo,
cual la heroica mujer, para su mengua
arráncate y arrójale la lengua!

¡Oh Pueblo! Al fin en libertad te dejo
y tus pasados infortunios lloro...
¡Con la experiencia de un esclavo viejo,
odia los yugos aunque sean de oro!
¡El déspota febril de hosco entrecejo
ya nunca, nunca, en su brutal desdoro,
te hará corcel para la lucha horrenda,
ni buey para el arado de su hacienda!

¡Detente, musa!... El Pueblo generoso,
que es todo dignidad, lo indigno olvida:
jamás en la grandeza de un coloso
puede una pequeñez hallar cabida.
El Pueblo alzando su pendón glorioso
se lanza a los combates por la vida;
¡y siempre noble, con segura mano,
mata a la tiranía, no al tirano!

Es la última vez que el verso mío
turba el silencio en que la paz gravita:
¿a qué lanzar el cántico sombrío
de la muerte, hoy que todo resucita?
En sus avances desbordado el río
riega el campo que riego necesita;
mas debe regresar al cauce luego
¡para que el campo se aproveche el riego!...

autógrafo

José Santos Chocano


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