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          LA EPOPEYA DE LOS BOSQUES
      (FRAGMENTOS DE UN POEMA AMÉRICA)
            EL SALMO DE LAS CUMBRES

Allá sobre la cúspide, en el nido
Del solitario cóndor, a la hora
En que la oscuridad sube sin ruido
Y se ensancha terrible y tentadora
Como un bostezo de Luzbel caído,
Ruge la tempestad, que, con extrañas
Voces, pregona hacia el confín incierto
El secreto arrancado a las entrañas
De esas mudas y fúnebres montañas
En los apocalipsis del desierto.

Cada monte es un libro: en sus no abiertas
Páginas la indomable fantasía
De la Naturaleza, acaso un día
Fijó los sueños de las razas muertas;
Y, biblia así de eterna poesía,
Guarda la historia de una extinta lumbre,
De una ilusión que fue, de un Dios que ha sido.
¡Cuántas frases abarca el atrevido
Acento circunflejo de una cumbre,
Solitaria y glacial como el Olvido!

¡Oh, raros jeroglíficos de piedra!
¡Oh, signos de ortográficos perfiles!
El insolente espíritu se arredra
Ante el capricho de la cumbre, y baja
A los abismos hondos y serviles,
Donde el sombrío génesis trabaja
Del glorioso futuro,
Que saldrá a luz intrépido y bravío,
Como el planeta en un bostezo oscuro
Que dio la boca abierta del Vacío...

Ahí también ocultas
las misteriosas cifras, entre sombra
que amortaja las luces insepultas,
le hacen ver a la ardiente fantasía,
en superpuestas capas, en la alfombra
de la más deslumbrante pedrería,
a esas difuntas razas de titanes
que entre el horno volcánico, al sonoro
clarín de Dios que demarcó otros planes,
sintieron como un triunfo en sus afanes
convertirse agua y fuego... ¡en plata y oro!

De ahí, de los abismos
Al beso de la tarde, cuando el vago
Crepúsculo reparte los bautismos
De su luz a las cumbres elevadas,
Cuando el cielo tranquilo como un lago
Bebe del sol las últimas miradas,
Surgen vestiglos, trasgos, raras aves,
Vampiros, que en fantástico derroche
Ponen las cuerdas de las notas graves
En el arpa vibrante de la noche.

Vaciándose el abismo al sol que muere,
Tras el sacramental abracadabra,
Es la boca entreabierta que agua quiere,
Sin poder balbucear una palabra...

Logra agua al fin. Cual si Moisés abriera
Una senda a su ejército bravío,
Súbitamente la montaña entera
Se parte en dos para dar paso al río.
Por entre la montaña, en la espesura
Protesta el río con clamor de fraguas:
Lívida raya en cabellera oscura,
A veces con la red de la verdura
Cubre las desnudeces de sus aguas...

Esos que, sin llorar e indiferentes,
Sonríen del dolor que los arredra,
Podrían ahí ver que hasta la piedra
Sabe también llorar: ¡llora torrentes!

¡Qué glorioso concierto
Forman el agua en bravos estertores,
Con la voz ronca con que hablara un muerto,
Y el trueno, que redobla sus tambores
Conjurando las sombras del desierto!...

Luego... la paz.

¡El monte de agrias puntas,
Que alza en cresta su cumbre soberana,
Es un titán con las dos manos juntas
En la actitud de una oración cristiana!
¡Las cumbres de sinuosas inflexiones
Como oleajes de horrendos cataclismos,
Parecen formidables corazones
Enterrados de punta en los abismos!
El alto monte que hasta el cielo crece,
De orgullos fieros y ambiciones sumas,
Vertiendo agua en los cóncavos, parece
Hércules humillado hilando espumas...

¡Hasta allá... por las cúspides bifrontes,
Con pie de acero y corazón de brasa,
Irá el tren de lejanos horizontes,
Que superpuestos túneles traspasa
Como una aguja que cosiera montes!

¡Oh, vértigos de altura extraordinarios!
Oh, qué collar de cumbres se desgrana,
Como jibas de enormes dromedarios
En una inamovible caravana!...
Y de noche, ¡oh, visión la de las cumbres!
La noche bajo el ala abriga estrellas,
Sombras de sombras, fugas de vislumbres,
Golpes de trueno y tajos de centellas.
¡Allá... sobre esa cumbre que reposa
Se ven los astros palpitar con vida,
Simulando, en las sombras, la caída
De una inmensa nevada luminosa,
Pero perpetuamente suspendida!...

autógrafo

José Santos Chocano


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