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            LA MUERTE DE PIZARRO

A Manuel Verdugo

El sonoro tropel franqueó la puerta:
cada uno blandía hoja vibrante;
y, entre la palidez de su semblante,
chispear hacía la mirada incierta.

Una sala el tropel cubrió desierta,
midió un pasillo y se lanzó adelante:
fue tan audaz el ímpetu asaltante
que en cada boca estranguló un alerta.

Sorprendido el Marqués cogió su acero;
y, a ruido tal, con la cabeza en alto,
se abalanzó sobre el tropel entero:

fue a estrellarse en la punta de una espada;
que quien tomó la vida por asalto,
sólo pudo morir de una estocada.

autógrafo

José Santos Chocano


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