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        MI FLOR Y MI ESTRELLA

  Obsequiada a mis amigos J. M. V. y Z. C. Popayán.

                        I

Exquisita y graciosa matricaria,
De mi escaso jardín única flor,
Puro y modesto emblema de constancia,
Amiga de mi triste corazón.

Ora que muere silencioso el día,
Y alumbra un cielo azul mi soledad,
Y se inclina mi frente pensativa,
Y absorta en el pasado el alma está,

Deja que yo, que vivo de recuerdos,
Recuerde a mis amigos junto a ti,
Y derrame una lágrima por ellos
Que humedezca tu vástago gentil.

Déjame acariciarte blandamente,
Déjame tus aromas aspirar,
Porque te quiero, flor, por que tú eres
Para mis ojos astro de amistad.

No es la rosa purpúrea, ufana, altiva,
Flor de una tarde, mi dilecta flor,
Símbolo de capricho y de perfidia
Premia con sus espinas la pasión.

Al beso de una brisa yo la he visto,
Roto el botón, brillante aparecer,
Y a la brisa siguiente vi perdidos
Sus pétalos rodando entre mis pies.

No es la rosa, eres tú, fiel matricaria
La que sientes hervir mi corazón
Cuando una mano amiga te consagra
Sobre mi pecho en gaje de los dos.

Tú, primorosa flor, copa exquisita
De enanos dientes de árabe deidad,
Estrella perfumada, blanca, rica,
Que casta luz entre las flores das;

Yo he delirado mucho, ¡cuántas veces
Constante la inconstancia imaginé,
Y con mano afectuosa, reverente,
A manos te pasé... de una mujer!

¡Y esa mujer..., un beso de mis labios
Al respirar tu aroma respiró;
Y en su mejilla, al resbalar tu tallo,
Se exhaló de mis manos el ardor!

Con ademán ternísimo, suave,
Fija en mí la mirada, ornó después
Su cabellera crespa de azabache
Contigo, flor tan blanca cual su sien.

Y esa mujer es pura cuanto es bella,
¿Y es todo esa mujer... constante no?
¿Una ironía entonces fue mi ofrenda?
¿Y un inri en sus cabellos esa flor?

                        II

¡Oh, si hubiera constancia en la que hizo
Constante en el dolor mi corazón!
¡Oh, si la sombra del ausente amigo
Fuera más que una sombra que pasó!

¡Oh, si pudieras tú, flor solitaria,
De amor cual de amistad símbolo ser,
Depositara en ti todas mis lágrimas
Y acaso hubiera néctar en su hiel!

¡Fuera entonce un jardín de mis recuerdos
El lóbrego y tristísimo erial,
Y flores como aquí contara en ellos
Entre tantas espinas que allí hay!

Dos lágrimas entonces que vertieran
Dos amorosas almas a la vez,
Unidas por el ángel que las vela,
Bálsamo de las dos pudieran ser.

Y fueras tú, sencilla matrícaria,
El ara de ese altar consolador,
El labio misterioso de esas almas
En ese ósculo místico de unión.

Tiempo, distancia, olvido, desventuras,
Perfidias, apariencia, ingratitud,
Inmenso abismo que nos dice nunca,
Caos cerrado por siempre a toda luz.

Y no puede borrar aquella imagen
De su espejo funesto el corazón,
Y ante toda mujer, siempre delante,
Siempre interpuesta la comtemplo yo.

¡Volara con el rapto de las águilas,
En mis brazos tomárala, y audaz
Al cielo o al infierno transportárala,
Felices o malditos a la par.

Mas, ¡necio! lo que hago es dirigirla
Un nuevo adiós tras el primer adiós,
Y mostrarla en mi nueva despedida
Tras el primer abismo otro mayor.

¡Adiós irremediable, adiós eterno
Que el severo imposible pronunció!
¡Adiós que tiene de la muerte el eco!
¡Tumba do entierro vivo el corazón!

Una fúnebre sombra me acompaña,
Conmigo a todas horas siempre va,
Y es reflejo de muerte y de desgracia
Que proyecto doquiera y sin cesar.

Y esa sombra me dice : «¡Parte, huye,
Aún bien lejos no estás, sígueme, ven
No ha de haber en tu huesa ni una dulce
Compasiva oración de esa mujer.

»Rompe con la esperanza todo vínculo,
Aférrate por siempre a tu dolor,
Colma hasta el borde el vaso maldecido,
Lleva solo tu cruz. ¡Adiós, adiós!»

                        III

Cerró la noche ya, silencio, calma
Es todo el universo, menos yo;
Las tinieblas arropan funerarias
Campo, ciudad, jardín, y casa, y flor.

Mas, flor querida, de constancia emblema,
Si en la tierra a mis ojos te perdí,
Yo te veo en el cielo, en esa estrella
Que mira con la luz de un serafín.

Radiada como tú, como tú blanca,
Amiga como tú del corazón,
Del Dios excelso a las doradas plantas
Reflejas su santísimo esplendor.

Si eras flor de amistad, no te he perdido;
Estrella de amistad, quiérote así;
Dime si me recuerdan mis amigos
si también los pierde el infeliz.

Dime, estrella, si el hombre es inconstante
¡Ay! como es inconstante la mujer;
Dime si hay unos ojos que al mirarte
De cariño una lágrima te den.

Diles entonces, favorita estrella,
Que lágrimas también consagro yo
De amistad en las aras, y siquiera
Melancólica dímeles adiós.

                        IV

Estrella y flor, graciosas, puras, castas,
Únicas en mi cielo y mi jardín,
Sed siempre el mismo emblema de constancia,
Y aroma, y luz, y hechizo para mí.

Flor y estrella, pagadme la ternura
Con que os canta mi trémulo laúd;
¡Crece, oh flor, en la orilla de mi tumba!
¡Baña, estrella, mi huesa con tu luz!

Bogotá, abril 17: 1855.

autógrafo

Rafael Pombo


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