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        CASA DE TACORONTE

A Joaquín Romero Murube

Retratos familiares
cuelgan primeros planos en la sala
que ha presenciado tantas muertes
y ningún nacimiento.
Y en voz tan baja como un sueño,
casi apenas penumbra,
me están hablando ahora.
Retratos con los rostros que alentaron
mis abuelos paternos.
Ellos se hicieron Guadalquivir abajo,
a cuestas con el río de sus vidas,
dejando atrás Sevilla para siempre.
Ambos eran maestros y venían buscando
el mito que nos salva y nos condena:
la manzana de la salud
madurándose en medio de los mares,
brote del corazón de su esperanza.
Aquí aprendieron a leer los valles,
a escribir con su letra
abecés de montañas y horizontes.

Aquí pudieron estrechar la mano
de lo que había sido solamente
el rumor de un distante paraíso.
Y a trancas y barrancas
salieron adelante con sus penas
y quemaron sus naves.
Mi rostro deletreo en sus facciones.
Algo mío hay en ellos:
raíces de nostalgias insepultas,
voces que nunca dejan de estar solas,
sonrisas de naranjo y hierbabuena.
No debieron ser «godos»
quienes aquí calaron con su muerte
el fruto amargo del aislamiento;
quienes en mí engendraron
la libertad por patria
y el sueño de una isla por frontera.
No, no pudieron ser «godos»,
jamás pudieron serlo,
quienes testamentaron en mi sangre
un cielo azul que brama como un toro
sobre esta soledad de estar muriendo
en la sed y en el pan de cada día.
Ni serán nunca sombras sino piedras sillares
estos viejos retratos
que dan silencio firme a las paredes.
Solamente por ellos,
casa de Tacoronte,
más que de mar donde los ríos mueren
tienes de lluvia en que la hierba nace.

autógrafo

Pedro García Cabrera


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I. ESTE HOGAR EN QUE VIVO