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ALONDRA DE LA RETAMA BLANCA

A D. Francisco Bonnín

Hay esta noche una fiesta
en Las Cañadas del Teide.
Y es que la retama blanca
se va a casar muy en breve.
Su blanco traje de novia
ha estado teje que teje,
gota a gota, flor a flor,
con un cariño de fuente.
Nunca vio la primavera
a unos brazos tan alegres
batir tan honda ternura
a punto de alma y de nieve.
Ni vio nunca el mar tampoco
estrellarse en las rompientes
olas de su azul que fueran
a la blancura tan fieles.
Todas las flores amigas
le han enviado sus presentes:
los helechos, su abanico,
la aulaga, su corselete
y la retama amarilla
las arras de oro fulgente.
Fue muy dulce la violeta
cuando se acercó, tan leve,
y desde el suelo le dijo:
«Soy tan cortita, que siempre
quedaré mucho más baja
de todo cuanto desee».
Como están casi en las nubes
afilando sus desdenes,
no sé si le habrán enviado
ya su obsequio los cipreses.
Pero ella mira hacia adentro,
como lo hacen las mujeres,
y ve que un bosque le nace
de cada ramita verde.
¡Qué novia está la retama!
¡Qué frente de abril su frente!
Ya esta tarde, las abejas,
después de libar sus mieles,
iban al aire bordando
con más zigzás que otras veces.
Y hasta los viejos peñascos,
mastines de áspero diente,
viendo a la retama en flor
latirle alondras las sienes,
en el rubí del recuerdo
han vivido nuevamente
su juventud de volcanes
y su piafar de corceles.
No necesita azahares
porque de sobra los tiene,
que el corazón de la espuma
ha hecho en ella su albergue
y el silencio le ha prendido
su velo sin alfileres.
Y mientras está esperando
al novio que nunca viene,
un pastor corta en la sombra
su cuello de luna y nieve.
Y le rompen sus armiños,
y las ramas le retuercen,
y descoyuntan sus hombros
y arrastran por las pendientes.
Pero como es voz de la isla
y conducta de sus héroes,
el cisne de sus aromas
navega todo el ambiente
y perfuma como el sándalo
a las manos que la hieren.
Ya están dormidas sus savias.
Ya libarán para siempre
en la flor de su agonía
las abejas de la muerte.
Sobre el lugar del martirio,
la noche, a solas, se siente
verónica de la altura.
Y en su paño azul celeste
el rostro de la retama
copia en estrellas mil veces.
Que le hagan guardia de honor
marineros y cadetes
y que la sigan llorando
mis amigos y las fuentes.

autógrafo

Pedro García Cabrera


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