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        LUNA NUEVA

                  I

Y vino al fin de puntillas
el momento deseado
igual que una fecha roja
en un negro calendario.
Tú te acordarás, Sahara,
si es que a ti también el fascio
no te fusiló las dunas
o te concentró en un campo.
En el allá de la arena
se acostó el fuerte temprano,
su sien repleta de lobos
y los bolsillos de esclavos.
Y en un allí de chabolas
colgado del mes de marzo
la evasión, que maduraba
con sangre de deportados.
Y llegó la medianoche
con un fusil en la mano.
De las tiendas de campaña
nervios de metal brotaron
poniendo en pie libertados
y sueños aherrojados.
Los soldados y nosotros,
como labios contra labios,
sorbíamos la aventura
de luz y de zumos agrios.
Y eran los pechos trincheras
que avanzaban por el llano
con retiemblos de cristal
y escalofríos de mármol.
Sonaban sordos tambores
y un lento tirar de garfios
adentro, abajo, en lo hondo
de interiores subterráneos.
Nos andaban los instintos,
piedra y cartón, al asalto:
blanco y hielo de la angustia,
estímulo de venablos.
Puños de sangre caliente
en el Fuerte golpearon
con la sed y las cadenas
de los trabajos forzados.
Tú por llegar el primero,
ay camarada soldado,
la luna negra del odio
te atravesó con su dardo.
Y mientras tú te vaciabas
por los corredores largos,
llenando de sus silencios
tus cántaros dionisiacos,
el Fuerte todo respira
secos aires proletarios,
y late con nuestras venas,
y amanece en nuestros brazos.
Aún con sueño en los ojos
nos ve cruzar el poblado,
río de acero en la ría,
flecha escapada del arco.
En el azul, a lo lejos,
trompo en el sol, está el barco
que asaltó nuestra vanguardia
con los mástiles en alto.
Y después, la mar abierta.
Y en el puente, vigilando,
la ametralladora mira
desdoblarse al océano
con sus ciudades de espuma
sin cárceles ni rosarios.
Y al calor de los fusiles
tripulantes y soldados
van moldeando una aurora
por aguas del mar abajo.
Y la bandera española
vuelve a tener su morado.
Dakar, orilla caliente,
ceja negra, firme trazo,
arranca al fin los grilletes
de veintitrés deportados.

autógrafo

Pedro García Cabrera


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CON EL ALMA EN UN HILO