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    HABLA OTRA VEZ LA ANGUSTIA

Cada vez que mis charcas de ojo turbio
presencian el suicidio de una sonora brizna de alisio
en el inmenso abismo de color de una rosa
se despierta mi clave, mi galería más profunda.
Pero sólo aparece químicamente estrella
después que la aureola de la nostalgia
deja un lazo amarillo
en el peinado denso de las ciudades.
Clamo entonces
por un repique de cometas dentro de la piedra del horizonte
y me abrigo en la capa que tejen las arañas de la niebla.
Y me asalta el ruido
de la capital de la república de los inocentes
en aquella estación en que las ofensas líquidas
se exportan al por mayor.
En tal momento me es fácil adivinar el porvenir
de todos los pueblos que sollozan
en las fronteras de un recuerdo congelado
por tener la oscura videncia de un ciego sin espaldas.
Pero el porvenir puede desviarse hacia un río
cuando las mareas de las multitudes
se desbordan atraídas por las lunas de los espejos
y peligran morir ahogados
porque entonces las esponjas
tienen la sed del simún amoratado de las violetas.
Ese río baña los costados
de las circunferencias de un estanque
en que cae una paloma muerta.
Y en ese instante en que se extingue la última onda,
en el por llegar a las pestañas de las orillas,
es cuando una ciudad pasa de isla a coseno de luces.
Después, ya no existe el porvenir adivinado
porque le cierro los párpados
al corazón del presentimiento.
Y me quedo de pie y en llama viva.
Ya veis cuán complicado es mi organismo
para ponerlo en marcha
cuando los muros sacan sus mandobles.

autógrafo

Pedro García Cabrera


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