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  EL BONSÁI DEL BARÓN DE YORITOMO

Yo,
barón de Yoritomo,
grande entre los grandes,
ancho de espalda y gruesos los brazos
como troncos de manzano bajo el kimono grande,
amo sin embargo las cosas pequeñas:
un haiku de Basho y la sílaba del té,
el pie de la niña bajo el beso mínimo,
el puzzle del arroz sobre los palillos
o el copo de nieve bailando en mi hombro.

En el laboratorio de los bonsáis,
detrás del biombo, soy el Creador,
quebranto junto a las leyes de la naturaleza
los ciclos del sueño y el horario de las comidas.
Yo, barón de Yoritomo, El que Ama las Cosas Pequeñas,
tengo grandes las manos pero más grandes los descuidos:
una noche, apenas el sueño peinaba mis pestañas,
reduje por error al samurái que en una rama
de un sauce llorón dormía plácidamente
(que el cielo, más grande que yo, me perdone).
Ahora es una sombra que en la sombra de la noche
canta para nadie ¡seppuku, seppuku!,
estorbándome con ello el sueño y la conciencia.

Un sauce enano llora durante trescientos años.
¿Cuánto un hombre enjaulado entre sus ramas?
Yo, barón de Yoritomo,
me pregunto.

Jesús Jiménez Domínguez


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