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        Venecia. Diciembre de 2016.

Sigo el palíndromo del mar
—alguna vez, lo sé, su oleaje
traspasaba estas puertas,
discurría por estas calles
y balbucía su memoria de lluvia
entre las rendijas de esta
piedra.

Su desamparo se inscribía en el Lido
como un lamento que seca la arena.

Sé que me perderé
Sé que pasaré muchas veces por el mismo campo:
una gota de agua de lluvia
que se mezclará y se hará
laguna
y se estancará;
donde los peces son invisibles
y con ellos se escribe
el olvido sordo del mar.

Apagar las farolas
una a una
dos a dos
tres a tres
y dar con una ciudad pertrechada
para un largo invierno.
Venecia, tan llena de dones
que apenas puede saborear.

Caer borracho al agua
y hacer con mi cuerpo una bonita estampa
digna de una carta postal
            —habrá quien la recoja y
la amontone,
enriqueciendo su propio basurero.

Esperaba encontrar una ciudad
donde los gondoleros amasasen
estuarios de peces desaparecidos.
Canta tu canción, pájaro a rayas,
de lo que siempre fue primero
y se perdió,
y vuelve a enhebrarse
en cada señuelo que la ciudad da
al viajero.

El hombre ocultó la sal para poder nombrar
su propia supervivencia.
La vieja actriz se mira al espejo
y recuerda
tras la máscara
que algún día ella venció
a la naturaleza
sin saber que se venció a sí misma.

Gerardo Fernández Bustos


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