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        MIRAMAR

          De Carducci

Oh Miramar, hacia tus blancas torres
atediadas so el plomizo cielo,
foscas, con vuelo de siniestras aves
vienen las nubes.

Oh Miramar, en contra tus granitos
grises del torvo piélago surgiendo,
con rebramido de almas angustiadas
baten las ondas.

Tristes, bajo las nubes, a los golfos
contemplan con sus torres las ciudades,
Muggia y Pirano y Efida y Parenzo
del mar joyeles.

Y las cóleras todas bramadoras
empuja el mar contra el bastión de escollos
donde te asomas a ambas vistas de Adria
roca de Habsburgo.

Y truena el mar en Nabresina, cabe
a la herrumbrosa costa, y de relámpagos
coronada la frente alza en el fondo
Trieste a las nubes.

¡Cuál sonreía todo en la mañana
dulce de Abril en que a la mar se hizo
el rubio Emperador y al lado suyo
la dama hermosa!

Irradiaba en su rostro placentera
la apostura imperial, y de su dama
los ojos arrogantes y cerúleos
sobre el mar iban.

¡Adiós, castillo para tiernos goces
nido de amores construido en vano,
otra aura a los esposos arrebata
a yermos mares!

Esperanzados abandonan salas
historiadas de triunfos y sentencias
del Saber, al señor el Dante y Goethe
háblanle en vano

desde animados lienzos, una Esfinge
le atrae con vista móvil a las ondas;
cede, y a medio abrir deja allí el libro
del Romancero.

¡Oh, no de amor y de aventura el canto
allá le acoja y sones de guitarras
de los aztecas en la España; ¿el aura
cuales lamentos

trae desde el triste cabo de Salvore
en el ronco quejido de las ondas?
canta los muertos vénetos, los hados,
canta de Istria?

¡En hora mala a nuestro mar te metes,
hijo de Habsburgo, en la fatal Novara;
las Furias van contigo, a los vientos
las alas abren!

Mira a la Esfinge cual muda semblante
delante tuyo pérfida arredrando;
a tu mujer su rostro blanco arrima
Juana la Loca.

La segada cabeza de Antonieta
ve que te guiña, con podridos ojos
fijos en ti, ve la amarilla cara
de Moctezuma.

Entre bosques inmensos de magueyes,
que ya benignas no mecen las brisas,
en las tinieblas tropicales se alza
en su pirámide

el dios que llamas lívidas aspira,
Huitzilipotli, que tu sangre humea
y el mar con la mirada navegando
aúlla: ¡vente!

cuánto ha te espero... ¡La barbarie blanca
quebrome el reino y destruyó mis templos;
vente, devota víctima, retoño
de Carlos Quinto!

¡No a tus viles abuelos por la podre
marchitos o en furor regio abrasados,
te quería y te cojo a ti, de Habsburgo
flor rediviva!

Y de Guatimozín al alma heroica
que bajo el pabellón del Sol aún reina,
cual ofrenda te mando, ¡oh puro y fuerte
Maximiliano!

autógrafo
Miguel de Unamuno


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italiano Versión original Carducci