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      NO BUSQUES LUZ, MI CORAZÓN, SINO AGUA...

Te metiste, alma mía, en las corrientes
revueltas de la vida,
perdido el tino,
y así te fue; con furia los torrentes
en recia acometida
de torbellino
te arrancaron la tierra
mollar y grasa y rica
en que la savia del vivir se encierra,
y tus pobres raíces descubiertas
perdieron el sustento,
y quedaron al aire libre abiertas
y al duro hostigo,
sin apoyo ni fuerza ni alimento,
faltas de todo abrigo
¡recio castigo!
Con sus rayos el Sol. ciego verdugo,
las raíces te seca
de sus hebrillas rechupando el jugo
y así te vas quedando mustia, enteca,
poquito a poco;
huye, mi corazón, no seas loco.
Huye la luz y busca en el secreto
del tenebroso asilo
que con agudas púas alto seto
guarda de asaltos,
para tus ansias un hogar 1 tranquilo,
donde en íntima paz, sin sobresaltos
te abreves en la fuente de la vida
siempre florida,
y bebas la verdad
que a oscuras fluye de la eternidad.
Porque la luz, mi alma, es enemiga
de la entrañada entraña
en que vuelve el espíritu a sí mismo;
cuando la toca sin piedad la hostiga
dentro el abismo
en que en el seno de su Dios se baña,
creyéndose a seguro,
con agua soterraña
que se remansa en el regazo oscuro.
Quieren las raíces en lo oscuro riego
sin luz alguna;
quieren sorber en íntimo sosiego
dentro en su cuna,
las aguas que a favor de las tinieblas
se aduermen bajo el suelo,
dejándole a la copa que entre nieblas
busque la luz del cielo.
El que es hijo de luz es tu follaje
que al sol se mece
y al sol viste de gala su ropaje
de ancha verdura,
y en la noche y la sombra languidece
de honda tristura
vencido a pesadumbre,
sin tener cura,
mas tu raigambre
siente sed de agua y tierra, siente hambre
mas no de lumbre.
Mejor que junto al río
que de pronto se sale de su cauce
lleno de brío,
y como a pobre sauce
de su ribera
te desnuda las raíces de manera
que te es la luz del Sol ofensa y muerte,
mucho mejor, mi alma, te es tenderte
del lago del misterio a las orillas
fuera del remolino
de las formas esclavas del Destino,
y allí hundir tus raicillas,
y se miren tus frondas
de sus aguas dormidas al espejo,
de sus aguas sencillas
de sus aguas sin ondas
en que nacen de noche las estrellas,
meditando al reflejo
que del cielo y de ti se junta en ellas.
No busques luz, mi corazón, sino agua
de los abismos,
y allí hallarás la fragua
de las visiones del amor eterno;
allí donde no llegan del invierno
los temporales,
ni llegan cataclismos,
allí están las visiones cardinales.
Y esta misma agua mansa
que de roer los duros peñascales
jamás se cansa,
sustancia es de los cielos de que llueve,
y el cielo mismo, el cielo en que se mueve
el coro de las luces siderales,
verás, sí miras bien, cómo se asienta,
y como en el vacío
la Tierra sobre el cielo se sustenta:
el cielo está a tus pies, corazón mío.

autógrafo
Miguel de Unamuno


1 Así en el autógrafo. En el texto impreso «lugar». (N. del E.)


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