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        EL ÚLTIMO HÉROE

Era al ponerse el sol en la llanura;
pálida sombra inmensa proyectaba
            de las ruinas el humo
            subiendo espeso;

¡acá y allá tendidos, sobre sangre,
contemplaban la azul bóveda inmóvil!
            con inmóviles ojos
            los que lucharon.

De Dios en la pupila sus pupilas
hundían los vencidos caballeros,
            del último combate
            cobrando el premio.

Rodeaban la que fue roquera torre,
señora de los páramos adustos,
            en tropa bulliciosa
            los vencedores.

Sus luenguas sombras al caer la lumbre
cubrían de piedad a los vencidos;
            era como una tregua;
            el sol moría.

Con las armas rendidas contemplaban
—el asombro en sus ojos y sus pechos—
            encima de las ruinas
            un hombre solo.

Tiene en la diestra el puño de una espada,
de una bandera el asta en la siniestra,
            rodó la hoja al suelo,
            voló la tela.

Sus ojos reverberan del poniente,
donde el sol se enterró, los arreboles,
            sangre hecha luz del campo,
            sangre del cielo.

Contempla ante sus pies los caballeros
que serán pronto dueños de su tierra,
            y con su Dios hablando
            grita: ¡vencimos!

Los arreboles fúndense en ceniza,
nacen estrellas tras la nube de humo,
            y al asta y puño asido
            rueda el postrero.

Doblan los vencedores sus rodillas,
de entre las ruinas álzase la luna,
            y es su blancura el riego
            de la victoria.

[1906]

autógrafo
Miguel de Unamuno


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Castilla