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            HORA I

Quae sursum sunt quaerite.

Yo, sacerdote de las artes bellas
Que, peregrinas en el mustio suelo,
Buscando inspiracion con vago anhelo
Puesta llevan la vista en las estrellas
                    Que ornamentan el cielo;
                    Yo, que ufano al abrigo
Del numen del misterio sacrosanto,
Sus dones gusto y sus preceptos sigo,
Almas amantes, vuestro amor bendigo;
Almas dichosas, vuestras glorias canto.

¡Qué blandamente en el sensible seno
Para la dicha y la virtud formado
Va extendiendo su imperio sosegado
Afecto puro, de esperanzas lleno
                    Y de inefable agrado!
                    Para el que así venciste,
Todo, Amor, tiene vida, todo ama;
Todo de nuevas formas se reviste
Que un colorido toman suave y triste,
Reflejo aéreo de tu dulce llama.

No mostrará el amante, de la infancia
La risa por sus labios indiscreta ;
Ama el sordo rumor del aura inquieta
Y de pálidas flores la fragancia
                    Y se siente poeta:
                    De nuevas armonías
Él lleva en sí los gérmenes fecundos;
Melancólicas son sus alegrías,
Y las diáfanas noches son sus días
Y otros aires respira de otros mundos.

Con paso lento y con incierto giro
Busca en las soledades hospedaje
Entre la majestad bronca y salvaje
Do junta la avecilla algún suspiro
                    Al rumor del follaje.
                    Tal vez a su mirada
Aparécese, brilla, se evapora
De su cielo la imagen adorada;
Caviloso visita la enramada
Y sin saber por qué, se para, y llora.

Pero no de tus Cándidos amores,
¡Oh noble corazon! por tipo escojas
La aura sutil que en trémulas congojas
Va robando a los árboles sus flores
                    Y a las flores sus hojas;
                    Ni el bullente arroyuelo
Que agradece con tímido murmullo
Tiernas primicias del fecundo suelo,
Ni las aves de Venus, que en su cielo
Gozosas giran con amante arrullo.

Mas al ímpetu ven de raudas alas,
Animado de excelsos pensamientos,
Al campo de los grandes elementos
Donde ostenta Natura augustas galas
                    Y solemnes acentos:
                    Tu vuelo el aire hienda,
Y viendo aquí morir onda tras onda
Cuando la noche sobre el mar descienda,
Ven un genio a esperar que te comprenda
Y una voz digna que a tu amor responda.

¡Oh! ve la inmensidad abrirse en calma,
Oye en su fondo de natura el grito,
Lee en los cielos tu destino escrito,
Que ese espacio es profundo como el alma
                    Y como ella infinito:
                    Mira cielos y mares
Extenderse magníficos, redondos,
Y mira entre sus pompas seculares
Rutilar los más altos luminares
En los líquidos ámbitos más hondos.

Cuando del opulento paraíso,
No bien salieran de sus propias manos,
Hizo Dios a los hombres soberanos,
Su imagen inmortal dejarles quiso
                    En cielos y oceanos.
                    «Buscad mis perfecciones»,
—Dijo el Señor á la pareja amante—,
«En las etéreas últimas regiones»;
Y su dedo á inocentes corazones
Mostró la hermosa eternidad delante.

¡Dichosos ellos si al altar del goce
No a inmolar fuesen su dorado sueño!
¡Triste el que boga con vedado empeño
Y las cándidas nubes no conoce
                    Que en mi cantar le enseño!
                    ¡Triste el que nunca vuela
A la bóveda espléndida celeste
Donde amor inmortal se nos revela!
Quien en mares de luz no dio la vela,
Éste no supo amar, profano es éste.

Almas, venid, y símbolos doquiera
Gozad de vuestra acorde simpatía
De la noche gentil y ardiente día,
Del mar profundo y la azulada esfera
                    En la eterna armonía.
                    Venid, venid conmigo
A hacer más puro vuestro afecto santo;
Que ufano aquí, de vuestro bien testigo,
Almas amantes, vuestro amor bendigo;
Almas dichosas, vuestras glorias canto.

autógrafo

Miguel Antonio Caro


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