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        LA VIDA DEL HOMBRE.
      POEMA PEDESTRE JOCOSERIO.
          LA NIÑEZ

    Yo, aquel del romance en do
Que los vitales preludios
Narré del cuitado párvulo
Recién venido a este mundo;
Yo que con amor paterno
Le seguí desde el columpio
De la cuna hasta dejarle
En los límites de un lustro;
Hoy que marcha por su pie,
Y aunque con poco discurso
Muestra en su lengua expedita
Que no nació sordomudo,
Voy a proseguir su historia
Con otro romance en do;
(Y basta de introducción
Al capítulo segundo.)
El niño es pobre, o es rico;
El niño es hábil, o es rudo;
Dócil o díscolo; tres
Verdades de Pero-Grullo.
Si engendro fue suspirado
De padres de alto coturno,
¡Venturosa criatura!
Dirá el envidioso vulgo.
¡Se engaña! Todo viviente
Nació para el infortunio,
Y con otra disyuntiva
Voy a probar lo que anuncio.
O temiendo a cada instante
Que le acometa el singulto
De la muerte, le sujetan
A planes de higiene absurdos;
Y aunque llore y se desgreñe
El infeliz, ¡no hay recurso!;
Que hacen con el tierno vástago,
Sin que le obligue el ayuno,
Lo que el doctor Tirteafuera
Hizo con Sancho  el panzudo;
Y todo goce le daña
Y todo juego es abuso
Para él, y hasta del aire
Le merman el usufructo.
¡Así se cría canijo
El que naciera robusto
Y a fuerza de amor sus padres
Se convierten en verdugos!
O bien, con necio cariño,
Halagan todos sus gustos
Y de un mocoso rapaz
Hacen un rey absoluto.
Y no es más feliz por eso
El acariciado alumno;
Que con el mimo y los años
Crece en su pecho el orgullo.
Llega día en que no bastan
Las riquezas del Gran Turco
Para dejar satisfechos
Sus caprichos importunos.
Cuando le ofrecen faisanes
Se le han de antojar besugos,
Y pide peras al olmo,
O que nazca Dios en Junio.
Fáciles goces le cansan;
Que, como dijo Licurgo,
Cuando no hay pena, no hay gloria;
Donde no hay lucha, no hay triunfo.
Así la mitad del día
Pasa en hastío infecundo,
Y la otra mitad rabiando
Como si fuera energúmeno.
Mas si al hijo del magnate
Tan mala fortuna cupo,
¿Qué no sufrirá de un quídam
El desdichado producto?
¡Y al santo Dios de Israel
En sus altos juicios plugo
Que los ricos sean pocos
Y los pobres sean muchos!
Primero que la razón
En él ejerza su influjo,
Al brazo seglar le entregan
De un maestro cejijunto.
¡Cuánto le cuesta aprender
La primer letra de burro;
Cuánto el escribirla luego
Con intercadente pulso!
¡Cuántos tirones de orejas
Y cuántos azotes crudos
Para meterle en la cholla
Que uno  es tres  y tres  son uno!
¿Y qué diré, santo Dios!
Del quis vel qui  y el gerundio,
Y de Cornelio Nepote
Y de Fedro  y Quinto Crucio?
Si inhábil para las letras
Le dispensan del estudio,
Confinado en un taller
Suda gotas como el puño.
Y en su casa y en la ajena
Su destino es siempre zurdo,
Ora maneje el escoplo,
Ora interprete a Salustio.—
Si la tiña no le aflige,
Tendrá al menos, de seguro,
Sabañones en invierno
Y seguidillas en Julio.-
Jamás acierta el pobrete
A dar a sus padre gusto:
Si habla, «¡charlatán maldito!»,
Y si no chista, «¡cazurro!»
Siempre pagan sus mofletes
Los domésticos disturbios;
Que no hay leyes para él...,
Excepto la del embudo.—
En vano voraz su estómago
Pide sin cesar condumio;
Que si abundan los sofiones
Escasean los mendrugos.—
Cuando le compran zapatos
Los pantalones son nulos,
Y cuando estrena chaqueta
El cogote va desnudo;
Y todo trapo es inútil
Antes que lo gaste el uso;
Que no crece la corteza
A medida del arbusto;
O retrógrada  su ropa,
Como dirían algunos,
No sigue el progreso rápido
De sus brazos y sus muslos.
Así en su niñez vegeta
Entre desprecios y ayunos
Y llega a la pubertad
Escuálido y larguirucho.
¿Será más dichoso en ella?
Ni lo afirmo ni lo dudo
Por hoy. Al tercer romance
Dará esta cuestión asunto.

autógrafo

Manuel Bretón de los Herreros


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