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      LOS ESCRITORES ADOCENADOS

¡Qué! ¿No hay más sino meterse a escribir a salga lo que salga, y ya soy autor?

Moratín.

  ¡Oh qué sabio es Madrid! ¡Oh cuál rechina
Aquí y allá la trabajada imprenta!
¡Oh cuán en posta el pueblo se ilumina!

  ¡Oh cuán rápida crece vuestra renta,
Fabricantes de Alcoy! ¡Oh qué de pliegos
El ansia de escribir consume hambrienta!

  ¿Y dónde, dónde están los hombres legos
Si hasta los necios son hijos de Apolo?
¿Si todo es luces hoy, dó están los ciegos?

  Cada río en España es un Pactolo;
Cada coplero un Píndaro y un Dante
Que al mundo ha de asombrar de polo a polo.

  ¿Cuándo una prensa yacerá vacante?
¿Cuándo veré una esquina sin carteles?
¿Dónde iré sin topar con un pedante?

  ¿En qué archivo cabrán tantos papeles
Que embadurnan sin Dios y sin conciencia
Escritores adultos y noveles?

  ¿Ese pío lector, cuya paciencia
Ya excede a la de Job, en dónde vive?
¿Quién me dará razón de su existencia?

  Mi anheloso mirar no le percibe.
¿Qué mucho? ¿A quién se guarda la lectura
Si todo el mundo sin cesar escribe?

  Tanto cundes, feliz literatura,
Que no en estraza, sino en prosa y verso
Se envuelve por acá la confitura.

  Y cuando a tanto cálamo perverso
De escribir acomete la manía,
¿Privas del tuyo, oh Fabio, al universo?

  Tú, iniciado en la dulce poesía;
Tú, que haces redondillas de repente,
¿Por qué no escribes, Fabio, noche y día?

  No tu suma ignorancia te amedrente.
Menos sabe don Próspero, y gallea
Porque no hay un Boileau  que le escarmiente.

  De cierto literato fue albacea;
Con esto, y un destierro, y un diploma,
Cátale ya escritor de alta ralea.

  Por ahí dicen las gentes, será broma,
Que de tanto francés como ha aprendido
Ya no sabe escribir en nuestro idioma.

  ¿Y qué importa? Su nombre mete ruido
Como el de tanto cuervo literario
Que osada presunción sacó del nido.

  Sólo algún nuevo Zoilo temerario
Pudiera condenarle porque agrega
Cien voces cada día al diccionario.

  ¿Y el crítico furor a tanto llega?
No es moda ya que la española pluma
De castiza blasone y solariega.

  Loco será quien destruir presuma
La gálica irrupción. Antes podría
Al piélago quitar la blanca espuma.

  Escribe, escribe, Fabio; que a fe mía,
Si observas mi lección imperturbable,
El vulgo aplaudirá tu algarabía.

  ¿Qué es vivir de una renta miserable;
De un honrado taller, o de un empleo,
A no ser de Castilla condestable?

  Petulante, embrollón, mordaz te creo;
Hablas a chorros y el francés traduces...
Serás hombre de pro, ya lo preveo.

  Tú coplea, y verás cómo te luces;
Que entre cisnes también hasta el Parnaso
Trepan desde Madrid los avestruces.

  Vate conozco yo que del Pegaso
Ni un relincho merece, y se le aplaude
Más que a Rioja y al tierno Garcilaso;

  Y mientras plata y vítores recaude
¿Qué le importa si Apolo escarnecido
Llora en silencio el insolente fraude?

  No me seas modesto y comedido;
Que irás al hospital. Dice un adagio
Que ayuda la fortuna al atrevido.

  Si no hay propio caudal, acude al plagio.
¿Uno lo atrapa? Bien; lo ignoran ciento,
Y de los ciento ganas el sufragio.

  Sobre todo, tu pluma siga el viento
De la fortuna, en su favor o saña,
Ya apacible, ya raudo y turbulento.

  ¿Cambió la suerte? Válgate la maña:
Adula al poderoso, intriga, sopla,
Y tendrás, Fabio mío, una cucaña.

  Ayer hubiera honrado la manopla
Al descarado Antón, que hoy paga coche.
¿Y cómo lo adquirió? Con una copla.

  Deja que otro pacato día y noche
Torne al yunque y retorne sus escritos.
Tú escribe a norte y sur, a troche y moche.

  Los fatuos en Madrid son infinitos;
De autor entre ellos cobrarás la fama,
Y en vano gruñirán los eruditos.

  Tal vez sobre los sabios encarama
La ignara plebe al fantasmón pedante
Que merecía estar paciendo grama.

  Otro los hechos de Gonzalo cante,
Otro al buen Cid en numerosa rima;
Tú no emprendas locura semejante.

  Ni esperes que del hambre se redima,
Bien que le paguen con aplauso vano,
Quien buenos versos en España imprima.

  ¿No es mejor en lenguaje chabacano
Del francés traducir un melodrama,
Y venderlo después por castellano?

  Muda el nombre al gracioso y a la dama,
Nuevo título inventa; y juro a cribas
Que el público por nuevo se lo mama.

  No creas que a la tumba sobrevivas;
Y pues sólo el dinero aquí se aprecia,
Nunca leas a Horacio cuando escribas.

  Ciertas voces oriundas de la Grecia
Basta que aprendas, Fabio, de memoria:
Como epítasis, ritmo, peripecia...;

  Y aunque mover debieras una noria,
Lléveme Satanás si el populacho
No te cubre de aplausos y de gloria.

  Ni hablar sin propiedad te cause empacho;
Que sintaxis, prosodia, analogía...
Son frívolos estudios de muchacho.

  Ni el carecer de libros; que en el día
Basta ya con Rengifo y Taboada
Para escribir en prosa y poesía.

  Te dirán que es forzoso —¡qué bobada!—
Escribiendo crear. Fileno crea;
¿Y qué gana con eso? Poco o nada.

  Se afana el infeliz, suda, patea,
Mil desaires le cuestan sus porfías
Primero que la luz su obrilla vea;

  Y después de tan fieras agonías,
En limpio ¿qué le dan? Quince doblones;
¡Y agotan la edición en ocho días!

  De estos genios, honor de las naciones,
No envidies el infausto privilegio,
Y vive de morralla y traducciones.

  Allá en el Sena de laurel egregio
Se ciñen y riquezas acumulan;
Aquí van a la sopa de un colegio;

  Si no es que a hinchados próceres adulan,
O engañando a inocentes suscriptores
Con falaces prospectos especulan.

  ¡Y el teatro!... ¡Gran Dios! Tus borradores,
Si no son de algún lírico programa,
Te valdrán menos plata que sudores.

  Necio el que gracias y moral derrama,
Oh Talía, en tus aras, do Celenio
De los Terencios eclipsó la fama.

  ¿Qué vale ya el saber? ¿Qué vale el genio?
A la solfa consagre sus tareas
Quien pretenda brillar en el proscenio.

  El fuerte Aquiles, el prudente Eneas,
Si pretenden medrar en nuestra zona,
Acudan al mi-dó y a las corcheas.

  Al que antaño ganó civil corona
El varonil talante distinguía,
Y aterraba en sus manos la tizona.

  Hoy al compás de blanda sinfonía
Virtuosa  la esgrime ultramontana
Que sólo el triunfo a su garganta fía.

  Ya no se estila en rima castellana
Escuchar los furores de un Atreo,
Ni a Pelayo afrentado por su hermana.

  ¿No es mejor en henchido coliseo
Del contralto admirarlas pantorrillas
Que en París le vendió marchante hebreo?

  Mas, oh Pindo español, en vano chillas;
Que sin dolerse de tu amarga pena
De Orfeo triunfarán las maravillas.

  Ni porque a tantas almas enajena
El tenor o la tiple de cartello
Desierta vemos la española escena;

  Que, si bien se consigue pelo a pelo
El mugriento cartón, ve todo el mundo
A Cabeza de Buey  y a Brancanelo.

  Y el mismo elegantuelo nauseabundo
Que a Moratín y a Calderón desdeña
Aplaude un melodrama furibundo.

  Lo repito: es muy necio quien enseña
Verdad, buen gusto, y de la insana plebe
En derrocar los ídolos se empeña.

  Traducir es más fácil y más breve;
Y quizás el librero más te pagué
Cuanto sea tu escrito más aleve.

  En tanto, si pretendes que te halague
El aura popular, di que has estado
En París, en Antuerpia, en Copenhague.

  ¡Cuánto vale en Madrid quien ha viajado,
Y si sabe mentir con cierta gracia
Cuál se ve de los bobos celebrado!

  Con tono magistral, con suma audacia
Donde quiera que estés habla de todo:
De historia; de blasón, de diplomacia...

  Mucho rebuznarás. No me incomodo;
Ni aunque digas que al centro de la Iberia
Vino desde el Brasil el visogodo.

  Sin gran lujo no salgas a la feria;
Que hoy se juzga a los sabios por la ropa.
¡Guárdate, Fabio, de ostentar miseria!

  Si en lugar de batista, ruda estopa
Cubre tus carnes, se acabó el prestigio:
Ni en San Francisco te darán la sopa.

  Mas de tu fama crecerá el prodigio
Si el mercader, el sastre y la patrona
De litigio te llevan en litigio.

  ¡Ea! Papel sin término emborrona,
Aunque sea con fárrago y basura;
Que el pueblo es un bendito, y Dios perdona.

  Aunque es tu frente como el hierro dura,
No temas carecer de materiales;
Que quien sabe copiar jamás se apura.

    Establece en París corresponsales.
¡Se escribe tanto allí!... Por el correo
Cien rasgos te vendrán originales.

  Si copiar te parece pobre empleo,
Agregando algún frío comentario
Reimprime a los difuntos, y laus Deo.

  O échate a criticón atrabiliario,
Aunque te expongas a cruel mordaza
Y te llamen procaz y temerario.

  Si de otro más dichoso te amostaza
El reiterado lauro, en él te ceba.
Su opinión y sus obras despedaza.

  Crimen reputa que a agradar se atreva
Tal escritor al público sencillo.
Di que es digno de cárcel y de leva.

  No gemirá por eso en un castillo;
Que el gobierno solícito bien sabe
Quién es hombre de honor, y quién es pillo.

  Mas el pobre escritor acaso agrave
Su imaginario mal, y acobardado
De componer y de brillar acabe.

  Si natura el talento no te ha dado
Que al bachiller Juan Pérez  de Munguía
Y su pincel maestro te ha negado;

  No como él con donaire y valentía
A escarnecer abusos te limites
Que jamás ley humana extirparía.

  Mejor es que a gritar te desgañites
Contra todo mortal que te haga frente,
Y el pan si puedes y el honor le quites.

  Ni en todos claves el dañino diente.
El opúsculo ensalza de Fabricio,
Aunque a las musas tu descaro afrente.

  Hoy está en candelero, y tu servicio
Puede galardonar. Muerde y adula;
Que es socorrido y cómodo el oficio.

    Sigue antes a los asnos de la dula
Que al veraz escritor por la ardua senda
Donde se atolla el mísero y se anula.

  Si alguno hubiere que impugnar pretenda
Tu sátira cruel, de nuevo ripio
Te servirá la crítica contienda.

  ¡Y no hay que desmayar! Desde el principio
Échala de doctor, por más que ignores
Lo que es interjección y participio;

  Que a fuerza de sofismas y de errores
De tu rival fatigarás la pluma,
Y de paso a los cándidos lectores.

  Mas ¿por qué el raro empeño así me abruma
De formar de la nada un pedantuelo
Si infestan a Madrid en tanta suma?

  ¿Quién enseñó a escribir a don Marcelo,
Que hace para halagar a un cortesano
En vez de un panegírico un libelo?

  ¿No echó a volar sin guía don Ulpiano
Su enfático poema, que aun de balde
No lo quiere leer ningún cristiano?

  ¿No escribe con permiso del alcalde,
Tratados de farmacia don Benito
Sin conocer siquiera el albayalde?

  ¿No imprime como propio el manuscrito
Que al prójimo robó don Celedonio,
Y le llaman las gentes erudito?

  ¿Dónde estudió don Blas, el muy bolonio,
Autor de esa novela fementida
Que apesta a Mundo, a Carne y a Demonio?

  ¿Ha pisado una cátedra en su vida
Don Cosme, que en su plan estrafalario
Con el oro y el moro al Rey convida?

  ¿Supo lo que escribía don Macario
Que, aunque dijo a Madrid: «yo lo he compuesto»,
Encuadernó, y no más, un diccionario?

  ¿Qué ciencia ha requerido ese indigesto
Almacén de inexactas colecciones
En letra infame y en papel funesto?

  Tantas y tan inicuas traducciones
Que no se entienden ya ni aquí ni en Francia;
Tantos dramas exóticos, ramplones;

    Tanto epítome ruin para la infancia;
Tanta refundición bárbara, impía;
Tantas y tantas coplas sin sustancia;

    ¿Son partos del talento? No a fe mía;
Abortos son del rudo publicismo
Que al extremo llevó su tiranía.

  Hay hombres cuyo ciego fanatismo
Por ver su nombre impreso a tanto llega,
Que imprimieran la fe de su bautismo.

  Hay necio que a Marón llama colega
Si publicar consigue una charada
En versos crudos de gaita gallega.

  Hay quien desea que a la tumba helada,
Por imprimir la esquela del entierro,
Súbito baje su consorte amada.

  Y hay quien se juzga autor, siendo un becerro,
Porque en letras de molde el buen Diario
La filiación estampa de su perro.

  ¡Qué! ¿Sólo puebla el mundo literario
Esa plaga de autores ignorantes
Que denuncia tu cáustico inventario?

  ¿Todos somos plagiarios y pedantes?
¿No hay ya quien libros de honra y de provecho
En el idioma escriba de Cervantes?

  ¿No hay sabios en historia, y en derecho,
Y en lenguas, y... Sí tal. Hay grandes hombres,
Lo sé de unos, y de otros... lo sospecho.

  Bien pudieras citar algunos nombres...
¿Escribo acaso yo contra los sabios?
No. Pues si no los cito, no te asombres.

  Y algunos tomarían por agravios
Mis elogios tal vez. Sí, su modestia...
¡Hay tanta en sus escritos y en sus labios!...

  Pero aunque sé que es vana mi molestia,
Pues yo no he de quitarles su talento,
Ni está en mi mano el dársele a una bestia;

  Quiero decirlo; que si no, reviento;
Muchos se llaman doctos en el día
Porque atestan de libros su aposento.

  Y si culpo y maldigo la osadía
Del que escribe en materia que no entiende
Y a diestro y a siniestro desvaría;

  El huraño doctor también me ofende
Que, mirando de lejos la batalla,
O sabe mucho, y todo se lo calla;
O nada sabe, y todo lo reprende.

autógrafo

Manuel Bretón de los Herreros


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