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        LUNA CAMPESTRE

Infinitamente gimen los ejes broncos
De lejanas carretas en la tarde morosa.
A flor de tierra, entre los negros troncos,
La luna semeja un hongo rosa.
Bajo el bochorno, la hierba seca
Permanece asolada y sumisa;
Pero ya una ligera brisa
Templa la amarga rabia de la jaqueca.
Da el poético molino
Su compás hidráulico a la paz macilenta;
Y llena de luna su alma simple como la menta,
A ilusorios pesebres rebuzna un pollino.

El sauce llorón con la noche se integra,
Como un ermitaño intonso.
Que rezara un responso
Sobre el agua negra.
En cada menudo pliegue
De la onda, el plenilunio se estaña,
Al paso que va amortajando la campaña
Su paralizante jabelgue.
Pónense misteriosas las praderas;
Suenan últimamente las esquilas pueriles:
Los bosques parecen riberas,
Y mansos ríos los carriles.

Con la blanda brisa, lléganos
De las hijuelas regadías
El cálido perfume de los oréganos.
Y entre humedades sombrías
De veraniegas albahacas,
Una exhalación vegetal de vacas
Olorosas como sandías.

El azul del sencillo cielo agrario,
Promete a la buena voluntad sus alturas.
Pasa todavía un jinete solitario...
Y hay mozas calladas en las puertas obscuras.

A medida que esciende por el cielo tardío,
La luna parece que inciensa
Un sopor mezclado de dulce hastío;
Y el sueño va anulando el albedrío
En una horizontalidad de agua inmensa.
Ligero sueño de los crepúsculos, suave
Como la negra madurez del higo;
Sueño lunar que se goza consigo
Mismo, como en su propia ala duerme el ave.

Cuando uno despierta.
Con el rostro vuelto al cielo ya bien claro.
El plenilunio le abisma en un desamparo
De alta mar, sin un eco en la noche desierta.
Sobre el disco la ingenua leyenda se concilla
Al paisaje astronómico en él inscripto,
Haciendo viajar la Sacra Familia
Para un quimérico Egipto.
Y está todo: la Virgen con el niño; al flanco
San José (algunos tienen la fortuna
De ver su vara); y el buen burrito blanco
Trota que trota los campos de la luna.
Adquiere el alma un timbre de pieza argentina
Entre reminiscencias triviales o burlonas:

Aquella tos anómala... La última becasina...
(Un buen tiro). El correo... Dos o tres personas...
Y una ternura paulatina
De suaves Juanas y frescas Petronas.

La luna desde el cénit los campos domina;
Y el alma se dilata en su portento
Con ritmo uniforme y vago,
Como el agua concéntrica de un lago
En tomo de un cisne lento.
Y pasa uno así la noche entera,
Vuelto sobre el vientre desde ha ya largo rato.
Hasta que con lúgubre aparato
El disco se hunde tras la horizontal barrera.
Firme en la quimera
De amor tan insensato,
Mientras haya una vislumbre en la pradera.
Fiel como un gato
A la última brasa casera...

autógrafo

Leopoldo Lugones


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