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        MISTERIOS DE UNA PASIONARIA

                    I

Tan leve como un suspiro,
Apacible como el aura,
De azul, de carmín y de oro
Enriquecidas las alas,
Una bella mariposa
Inquieta y fácil volaba.
Por verla mejor la fuente
Detiene sus ondas claras,
Y por besarla, las flores
Afanosas se levantan.
Ella su vuelo siguiendo,
Ni se agita ni se cansa,
Y ya entre las flores vuela,
Ya se detiene en las aguas,
Y de la pradera al bosque
Huye, vuela gira, pasa,
Torna de nuevo, y de nuevo
Se pierde en las verdes ramas.

                    II

Entre los brazos de un sauce
Dulcemente reclinada,
Tiende sus hermosos tallos
Una fresca pasionaria;
Y de la flor misteriosa
Las verdes hojas lozanas,
Ciñen el cáliz oculto
Y pudorosas le abrazan,
Dejando entrever suave,
Ligeramente rizada,
Del botón maravilloso
La recogida guirnalda.
Un suspiro incomprensible
En torno de ella se exhala;
Y ora tímida se inclina,
Ora modesta se alza.
En tanto gimen las flores,
Suspira invisible el aura,
Trinan inquietas las aves,
Corre murmurando el agua.

                    III

Mirando a la mariposa
Cómo por volar se afana,
Suspira tímidamente
La modesta pasionaria
Y al sentir que el manso vuelo
Por sus pétalos resbala,
Con solícita ternura
Sus verdes hojas dilata
Y entonces la mariposa
Trémula, impaciente y casta,
En su regalado seno
Plegó las lujosas galas.
Tendía por Occidente
La tarde tímida y mansa
Su esplendido manto de oro,
Su tibio encaje de nácar;
Y en reposado silencio
Flores, aves, fuentes y auras,
Ven al sol cómo se oculta
Tras las vecinas montañas;
Y sigue la mariposa
Prendida a la pasionaria,
Como el amor a la vida
Y como al amor el alma;
Y lo mismo que la tarde
Su vivo color apaga,
Se ve que la mariposa
Pierde el matiz de sus alas;
Y el bello carmín, y el oro,
Y el azul brillante cambian
En esa tinta ligera
Que anuncia la luz del alba;
Y alzándose lentamente
El sauce pomposo salva,
Y de sus vanos colores
Y su afán purificada,
Piérdese en los altos cielos
Donde la vista no alcanza.

  Muere el sol en Occidente,
Dóblase la pasionaria,
Tornan a gemir las flores,
Vuelve a suspirar el aura,
Las aves trinan de nuevo,
Sigue murmurando el agua.

Setiembre, 1849

autógrafo

José Selgas y Carrasco


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