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        ODA XXV
EN LA DESGRACIADA MUERTE DEL CORONEL DON JOSEF CADALSO, MI MAESTRO Y TIERNO AMIGO, QUE ACABÓ DE UN GOLPE DE GRANADA EN EL SITIO DE GlBRALTAR

Silencio augusto, bosques pavorosos,
Profundos valles, soledad sombría,
Altas desnudas rocas,
Que solo precipicios horrorosos
Mostráis a mi azorada fantasía,
Tú que mis ojos a llorar provocas,
Y al hondo abismo tocas
Rodando, oh fuente, de la excelsa cumbre,
Marchitos troncos, que la edad primera
Visteis del tiempo, y a la dulce lumbre,
Con frente altiva y fiera,
De la alba luna, que esclarece el mundo,
Cerráis la entrada en mi dolor profundo;

¿Vuestra más triste y fúnebre morada
Do está, y el laberinto más umbrío,
Do mi melancolía
Del silencio y el duelo acompañada
Se pierda libre? El sentimiento mío
Huye la luz del enojoso día,
Y el canto y la alegría,
Cual ave de la noche el sol dorado.
Solo este valle lóbrego y medroso
De riscos y altos árboles cercado,
Que en eco lastimoso
El nombre infausto de mi amigo suena,
Mi pecbo adula y su dolor serena.

Aquí algún tiempo en pláticas sabrosas
De Sirio el fuego asolador burlamos:
Aquí a su lira de oro
Y en sus alas alzándole fogosas
La inspiración, sus hijos le escuchamos,
De los luceros el brillante coro
Con su cantar sonoro
Cual un Dios suspender; y aquí elevaba
Mi tierno numen a la inmensa alteza
De su inefable autor, o me enseñaba
A domar la aspereza
De la virtud con esforzado aliento
¡Cuánto! ¡ay me! ¡cuánto estas memorias siento!

Ya todo feneció: la mano dura
De la muerte cruel, aquella mano
Que de sangre sedienta
Postra al poder, la fuerza, la hermosura,
Cual débil heno el áspero solano,
Solo en duelos y lágrimas contenta,
Le arrebató violenta
A su negra mansión; y allí cerrado
Con llave de diamante la espantosa
Eternidad le guarda aprisionado
En noche tenebrosa.
Para él los seres todos fenecieron;
Y fugaz sombra ante sus ojos fueron.

¡Terrible eternidad! ¡vasto océano
Donde todo se pierde! ¿qué es la vida
Contigo comparada?
¿Do no alcanzó tu asoladora mano?
Naturaleza ante tus pies rendida
Al abismo insondable de la nada
Desciende despeñada
Por tu inmenso poder, del sol divino
Apagada la luz, y ese sin cuento
De astros, al cielo adorno peregrino,
Ciegos en un momento.
¡Y aun llega al hombre, al polvo deleznable
Tu ansia de aniquilar, jamás saciable!

¡Pudo el amable, el plácido Dalmiro
Tus iras encender! ¿el virtuoso,
El bueno en que ofendía,
Para ser blanco al ominoso tiro?
¡Oh mi Dalmiro I ¡oh nombre doloroso
Cuanto un tiempo de gloria al alma mía!
¡Detén la acción impia,
Oh muerte, oh cruda muerte...! el golpe parte,
Retiembla el suelo al hórrido estampido;
Y nada en tu furor basta a apiadarte.
¡Ay! yo le veo tendido
Fiero, espantable en la abrasada arena;
Y un grito de dolor el campo atruena.

¡Imagen cara! ¡idolatrado amigo!
¡Dalmiro, mi Dalmiro! ¡sombra fría!
Aguarda, espera, tente:
Tu cuerpo abrazaré, le daré abrigo,
Te prestaré mi aliento, el alma mía
Dividida en los dos tu seno aliente...
¡Imaginar demente!
¡Vana ilusión...! mis ruegos, mis clamores
Ni al cielo ablandan, ni Dalmiro escucha,
Que en el trance final con los rigores
De la atroz muerte lucha;
Y a mi tornando el rostro desmayado
Ansia llamarme, y siente el labio helado.

No, jamás esta imagen desastrada
Mi mente olvidará, ni el lastimoso
Espectáculo horrendo
De herirme acabará. La quebrantada
Frente y trémulos ojos, el hondoso
Río de hervidora sangre el lago hinchendo
Viendo estoy, el estruendo
Oigo del bronce atroz; y ¡ay! del herido
Tronco la gran ruina y convulsiones
Con que en tierra se vuelve sin sentido,
Los ayes, las razones
No pronunciadas, y el tender la mano
Favor a todos demandando en vano.

¡Mísero! ¿contra el golpe irresistible
Del infernal obús tus peregrinas
Virtudes qué valieron?
El alto pecho, el ánimo invencible,
El profundo consejo, y las divinas
Luces que aplausos tantos le trajeron,
Las sales que corrieron
De su labio feliz, la voz sagrada,
Órgano de las musas con su muerte
Hoy llorosas y mudas, nada, nada
¡Desapiadada suerte!
A salvarle alcanzó; de tanta gloria
Durando solo la infeliz memoria.

Durando solo para infando duelo,
Y objeto triste de dolor y espanto.
Extranjero en la tierra
Yo al gozo y a la paz, culpando al cielo,
Siempre en suspiros y bañado en llanto.
Ya si la lumbre matinal destierra
Y el negro ocaso encierra
A la azarosa noche, ya si el día
Torna a apagar su rayo postrimero,
Y se hunde el mundo en la tiniebla fría,
Imagen del primero
Desierto caos, do vagó perdido
En hondo sueño y sempiterno olvido.

Y nunca, nunca mi doliente queja
Término alcanzará; ni el malogrado,
Por que le llame tierno
Grato cual antes prestará su oreja,
Mis lágrimas verá, ni mi cuidado.
Tinieblas, soledad, silencio eterno,
Y un insondable averno
Nos separaron ya: muy más distantes,
Sin cuento más que el que felice mora
Las plagas de la aurora rutilantes,
Y el que aterido llora
Del polo ansiando entre la inmensa nieve
Del Sol un rayo aunque apocado y breve.

¡Oh fatal Calpe! oh rocas, que rizadas
Subís al cielo la sañosa frente,
Gratas tanto al abrigo
De la altiva Albion, cuanto infamadas
Por ominosas a la Hispana gente.
Desde la edad del infeliz Rodrigo
Siempre halló el enemigo
En vosotras favor, gozando abierto
Sus fuertes naos y cargadas flotas
¡Oh vil traición! vuestro seguro puerto.
Siempre sus haces rotas,
Mi patria en luto envuelta vio perdida
A vuestros pies su juventud florida.

¡Y ora a los canos padres qué desvelos
Y honroso afán! ¡que lágrimas no oprimen
Las madres castellanas!.
¡Cual abismadas en amargos duelos
Por sus amados las doncellas gimen!
Llegando a las provincias más lejanas
Las nuevas inhumanas
De cuantos siega en vos la muerte impía.
Guardad, guardad, guerreros: no fiados
Corráis en vuestra impávida osadía
A escalar malhadados
Tanto y tanto cañón, que hórrido atruena;
O a España dejaréis de lutos llena...

autógrafo

Juan Meléndez Valdés


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