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        A LA SEÑORA MARÍA PAUTRET

Hija de la beldad, ninfa divina,
¿Cuál es el alma helada
Que al girar de tu planta delicada
No se embriaga en placer? La orquesta suena,
Y al compás de sus ecos presurosos,
De florida beldad y gracias llena
Te lanzas tú veloz... ¡Oh! ¿quién podría
Tu elegancia, viveza inimitable
Y tu hechizo pintar? La lira mía
No expresa el vivo ardor que mi alma siente;
La arrojo despechado...
El pecho que palpita contrastado
Es en su agitación más elocuente.

¡Ninfa del Betis claro! Si en los días
De la Grecia feliz brillado hubieras
Más espléndido triunfo consiguieras.
El pueblo enajenado,
Al verte de ese cuerpo regalado
En el baile ostentar las íormas bellas,
Que llaman ¡ay! los besos y caricias,
La Musa de la danza te juzgara,
Y su incienso quemara
En tus altares de oro. Sus delicias
Fueras y su deidad.

                                    Cuando serena,
Vuelas girando, como el aura leve,
¡Cuál me arrebatas!... Trémulo, suspenso,
Me embriaga la sonrisa
De tu rosada boca,
Que al dulce beso del amor provoca;
Y estático, embebido,
Cuando tiendes los brazos delicados,
Mostrando los tesoros de tu seno,
Mis infortunios, mi penar, olvido,
Y en el soberbio techo estremecido
De aplauso universal retumba el trueno.

Óyelo, goza, y en tu gloria pura
El galardón de tu talento hermoso,
Grata recibe. Méjico te aclama
Hermana de Tersícore sublime,
Y su delicia y su deidad te llama.
De la danza fugaz reina y señora,
El himno escucha que mi voz te canta:
Vuela, Ninfa gentil, vuela y encanta
Al pueblo que te aplaude y que te adora.

(1826)

autógrafo

José María Heredia


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