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    A JACINTA

Alma envidiada al suelo,
De conocerte indigno,
Consorte que perdida
Para mi triste amigo,
Dichosa resplandeces
En solio de zafiros:
Vuelve los bellos ojos,
Luceros matutinos,
Al valle donde gime
Quien fue tu regocijo.
En ese de delicias
Inmensurable abismo,
Donde en perpetuo goce
Vivís los elegidos,
¿En qué puede un recuerdo
El bien disminuiros,
Que brota, fuente viva,
La faz del INFINITO?
¿Será que hasta vosotros
Cerrado esté el camino
Al ay del que padece
Al ruego del cariño?
¡Oh! no cabe en el cielo
Ingratitud ni olvido.
Aquel afecto dulce,
De las virtudes hijo,
Alma del universo,
Rayo del sol divino,
Que trueca en serafines
A dos amantes finos,
Aquél es el que debe
Formar el lazo pío,
Que inseparables una
La tierra y el empíreo.
Tú en el excelso coro
Cantas gloriosos himnos;
Solloza solitario
Tu esposo de continuo:
Mengua es del amor vuestro
Tan desigual destino.
Cuando en la noche miras
Que bañan hilo a hilo
Sus lágrimas el lecho
Que dividió contigo,
Tálamo dulce un día,
Ya potro de martirio;
Vuela a su cabecera,
Y aplica de improviso
La cariñosa mano
Al pecho dolorido:
La mano que otro tiempo
Contole los latidos,
En él derrame ahora
El bálsamo de alivio.
Pesares nos aquejan
En tanto que vivimos:
Inspírenos el cielo
Valor para sufrirlos.
Corran placer y pena
Por ley igual regidos;
No sea el mal eterno,
Y el goce fugitivo.
Cual tierna flor ajada
Por aquilón impío,
Lució tu abril, Jacinta,
Con instantáneo brillo
Contaste, caminando
Entre ásperos espinos,
Años de vida pocos,
De sufrimiento siglos.
¿Y quién en la ardua senda
Fue tu constante arrimo,
Partícipe en los males,
Igual en los peligros?
Tus labios no gustaron
Gota de amargo absintio,
Que al seno de tu esposo
No hubiese descendido.
Mas tú ves tus afanes
En dicha convertidos;
Los suyos cada día
Crecen con doble ahinco:
¡Mísero del que vive!
¡Feliz quien ha vivido!
¡Ah! logra del Eterno
Que separaros quiso,
Y a cuyo trono asistes
Alado paraninfo,
Que ya que en su presencia
Dilata el reuniros,
De aquella paz guardada
Para el celeste asilo
Luzca un reflejo débil
Al hombre que has querido,
Y aun lícito le sea
Días gozar tranquilos:
No diga, blasfemando
De tu inmortal cariño,
Que hasta en el cielo caben
Ingratitud y olvido.

autógrafo

Juan Eugenio Hartzenbusch


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