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            DOLOR Y VIRTUD
AL DOCTOR NINIANO RICARDO CHEYNE, INSIGNE MÉDICO Y CIRUJANO ESCOCÉS

                        I

¡Oh! ¿quién no llorará sobre tu suerte,
Cheyne, ángel de bondad, sabio infeliz,
Que sabes del dolor y de la muerte
Salvará los demás, pero no a ti?

—Cuando en un día tropical de Enero,
Tendido el cielo de brillante azul.
Desde el cénit al universo entero
Derrama el sol calor, y vida, y luz;

Hacia ese cielo espléndido, encantado,
Levanta entonce alegre el corazón
Tanta víctima humana, que has salvado,
Bendiciéndote a ti, después de Dios.

¡Y tú la diestra, pálido, entre tanto,
Al pecho llevas con intenso afán.
Para contar, con gozo o con espanto,
De tus arterias el latir mortal!

El rico no te paga con el oro,
Que con la vida le conservas tú;
Más rico aún el pobre, con el lloro
Te paga de su santa gratitud.

Mas ¡ah! ni la opulencia generosa,
Ni el poder, ni el amor, ni la amistad...
¡Ay, ni tu misma ciencia prodigiosa
De tu destino te podrán salvar!

Más que la griega, firme y atrevida,
A los cielos pasmados arrancó
Tu inglesa mano el fuego de la vida...
¡Y un buitre te devora el corazón!

¡Oh! ¿quién no llorará sobre tu suerte,
Cheyne, ángel de bondad, sabio infeliz.
Que sabes del dolor y de la muerte
Salvar a los demás, pero no a ti?

                        II

¡Oh, no te enojes, no, con el poeta!
Si él no puede el decreto revocar,
Si él no puede arrancarte la saeta.
Tampoco viene a emponzoñarla más.

Su misión, cual la tuya, es de consuelo;
Él sabe que en el valle del dolor.
Ni todo gozo es bendición del cielo,
Ni toda pena es maldición de Dios.

Tú sabio —simple yo— los dos cristianos.
Ambos sabemos que ante el Sumo Ser
Que pesa en su balanza a los humanos,
Prueba es el mal y tentación el bien.

—Si todo cesa aquí, si noche eterna
Es de justo y malvado el porvenir,
Si de las tumbas en la yerba tierna
El hombre entero se ha de transfundir;

¡Sabio entonce el malvado, y necio el justo!
¡Necio de ti, que con tan loco afán,
De negra muerte en incesante susto,
Sufres, y haces el bien sin esperar!

—Pero si nunca tu escalpelo ha hallado,
Cuando un cadáver fétido rompió,
En la albúmina del cerebro helado
La centella inmortal que la animó;

Si ese cerebro pesa cual pesaba,
Si sólo falta el pensamiento en él,
¡Oh! si ese pensamiento aquí no acaba....
¡Sufre y espera en tus dolores, Cheyn'!

¡Oh, no te enojes, no, con el poeta!
Si él no puede el decreto revocar,
Si él no puede arrancarte la saeta,
Tampoco viene a emponzoñarla más.

                        III

En el gran día en que de Dios la gloria
Se te presente en su verdad y luz,
Hallará el ángel, al abrir tu historia,
Bajo cada dolor una virtud.

Entre el justo y el malo hay un abismo:
El placer y el dolor, el bien y el mal,
Para el malo son fuentes de egoísmo.
Para el justo son fuentes de bondad.

Sí: cuando el malo en su carrera corta
Halla salud, prosperidad, honor,
Triunfa y dice en sí mismo: ¡Qué me importa
Que otros padezcan mientras gozo yo!

Y cuando al fin sobre su frente pesa
Con todo su rigor la adversidad,
Cae diciendo entre sí: ¡Qué me interesa,
Si yo sufro y aliviar a los demás!

De Caledonia bajo el turbio cielo,
De esos montes románticos al pie
De do ha tomado libertad su vuelo,
Bello tu madre te admiró al nacer.

Con un germen de muerte allí naciste,
Y con un germen de bondad en ti:
Los tesoros de ciencia que adquiriste
Aquí te vemos prodigar sin fin.

Sabio, puedes vivir para ti mismo;
Justo, quieres servir a los demás:
La ciencia que degrada el egoísmo,
La santifica en ti la caridad.

Y hoy vives pobre, enfermo... ¡y envidiado!
Mas bendito serás en tu dolor,
Que el don del desgraciado al desgraciado
Es el más aceptable para Dios.

En el gran día en que de Dios la gloria
Se te presente en su verdad y luz.
Hallará el ángel, al abrir tu historia,
Bajo cada dolor una virtud.

1845

autógrafo

José Eusebio Caro


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