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              LA CRUZ

¡Canto la Cruz! ¡que se despierte el mundo!
¡Pueblos y Reyes, escuchadme atentos!
¡Que calle el universo a mis acentos
                Con silencio profundo!
¡Y tú, supremo autor de la armonía,
Que das sonido al mar, al viento, al ave,
Presta viril vigor a la voz mía,
Y en torrentes de austera poesía
El poder de tu Cruz deja que alabe!

¡Tiembla la tierra, se conmueve el cielo
De este nombre al lanzar eco infinito,
Que aterroriza al inmortal precito
                En su mansión de duelo!
¡Canto la Cruz! el ángel de rodillas
Postra a tal voz la inmaculada frente;
Tú, excelso querubín, tu ciencia humillas,
Y del amor las altas maravillas
Absorto adora el serafín ardiente!

¡Alzad, alzad vuestro pendón de gloria,
Oh de la fe sublimes campeones!
¡Alzadlo y a su sombra las naciones
                Cantarán su victoria!
¡Alzadlo, que el clamor no le amedrenta
Que exhalen de impiedad negros vestiglos...!
¡Sangre de un Dios por púrpura presenta,
Y por sagrado pedestal se asienta
En la cerviz de diez y nueve siglos!

¡Alzadlo vencedor! esa es la enseña
Ante la cual temblaron las montañas,
La tumba abrió sus lóbregas entrañas,
                Se quebrantó la peña!
Viéndola el sol, del Gólgota en la cumbre,
Lecho de muerte al hijo del Eterno,
Veló asombrado la radiante lumbre;
Y al ver cesarla antigua servidumbre
De la culpa de Adán, rugió el infierno.

¡Alzad, alzad vuestro estandarte regio,
A cuyo aspecto hundiéronse al abismo
Los dioses del antiguo paganismo,
                Desde su Olimpo egregio!
¡Alzadlo cual lo alzó resplandeciente,
Como emblema de triunfo Constantino
Sobre el cesáreo lauro de su frente,
Las águilas de Roma armipotente
Parias rindiendo al lábaro divino!

¡Alzadlo cual lo vio, firme, constante,
Más fuerte que las haces de los Reyes,
Entre escombros de pueblos y de leyes,
                El bárbaro triunfante!
¡Holló de sus bridones con las plantas
El esplendor de Europa, envejecido
Con tantas lides, con hazañas tantas...!
¡Mas de esa Cruz ante las aras santas
El ruego al vencedor dictó el vencido!

¡Alzadlo cual se alzó, piadoso y bello,
A ennoblecer bajo su blando yugo
El que al destino descargar le plugo
De América en el cuello.
Dio un paso el tiempo, y a su influjo vario,
Que tan pronto derroca como encumbra,
No es ya de un mundo el otro tributario...
Mas inmutable al signo del Calvario
El sol del Inca y del Azteca alumbra!

¡Alzadlo, que su apoyo necesita
La vacilante humanidad! ¿Do quiera
No la veis, a la vez medrosa y fiera,
                Cuán incierta se agita?
Su audaz anhelo a su flaqueza espanta,
Y arrastrada por vértigo profundo,
En convulsiones su vigor quebranta,
Hoy derrocando lo que ayer levanta
E inútilmente estremeciendo al mundo.

¡Alzad la Cruz, que el porvenir encierra
De esa infinita multitud! ¡sus brazos,
Que solo brindan fraternales lazos,
                Afirmarán la tierra!
¡Alzad la Cruz que de la especie humana
Vincula los destinos en su nombre!
¡Alzad la Cruz de donde el bien emana,
Y do se ostenta en acta soberana
La verdadera libertad del hombre!

Aunque entre sangre se presenta adusta,
La paz sustenta y al amor anida;
Instrumento de muerte engendra vida,
Y es luz su sombra augusta.
Dique opone al poder y lo afianza;
El débil se hace fuerte de ella armado;
Por ella sola la igualdad se alcanza,
Que de sus brazos la eternal balanza
Pesa a la par el cetro y el cayado.

Allí también la soberana diestra
Pesó el valor del mundo... ¡Oh maravilla
Que si del hombre la razón humilla,
                Su dignidad demuestra!
¡Sí! pesó al mundo la eternal justicia;
Pesolo por romper el que lo abate
Yugo cruel, de la infernal malicia,
Y en él tan grande amor cargó propicia
Que una vida inmortal fue su rescate!

                            * * *

  ¡Por eso en los ásperos brazos
Del leño sagrado se ostentan,
Las manos que al orbe sustentan,
Las manos que rigen al sol!
    ¡Por eso en gemidos se ahoga
La voz que a la nada fecunda,
Velada por sombra profunda
La luz de la gloria de Dios!

    ¡Tú expiras, oh autor de la vida!
La muerte contigo se ensaña...
¡Mas rota quedó la guadaña
Al darte su golpe cruel!
    Subiendo a tu trono sangriento
Su trono funesto derrumbas...
¡Los muertos, dejando sus tumbas,
Recogen tu aliento postrer!

    El Rey de la tierrra probando
Del fruto del árbol de ciencia,
La muerte nos dio por herencia,
Y esclavos nos hizo del mal.
    ¡El Rey de los cielos, cual fruto
Del árbol de amor, nos convida:
La patria nos vuelve y la vida,
Por padre al Eterno nos da!

    ¡Florece, árbol santo, que el astro
De eterna verdad te ilumina,
Y el riego de gracia divina
Fomenta tu inmensa raíz!
    ¡Florece, tus ramas extiende
La estirpe de Adán fatigada
Repose, a tu sombra sagrada,
Del uno al opuesto confín!

    ¡Te acaten pasando los siglos,
Y tu los presidas inmoble,
Y toda rodilla se doble
En faz de tu eterno vigor!
    El cielo, la tierra, el abismo,
Se inclinen si suena tu nombre
¡Tú ostentas a Dios hecho hombre!
¡Tú elevas el hombre hasta Dios!

Abril de 1849

autógrafo

Gertrudis Gómez de Avellaneda


Composición leída por su autora en la sesión religiosa extraordinaria que se celebró en el Liceo artístico y literario de Madrid, en la noche del 3 de abril de 1849


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