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  PRÓLOGO EN TRES TIEMPOS

        PLEGARIA

Oh Cristo de Tacoronte,
desclavado del madero,
que estás clavando tus ojos
en los míos, tan adentro.
Oh Cristo de Tacoronte
que hoy alumbras mi sendero:
faro de eternas verdades
sobre mis mares inciertos.
Todo llagado, a tus plantas
con humildad me prosterno,
implorando tu perdón,
tu bálsamo y tu consuelo.
Cómo quisiera fundirme,
deshacerme, todo entero,
en los brazos luminosos
de tu sagrado madero.
Dame sus ríos lustrales,
sus meridianos de fuego
para borrar mis pecados
y para fundir mis hielos.
Oh Cristo de Tacoronte,
abrazado a tu tormento,
que hacia nosotros avanzas
como un celeste guerrero.
Cristo que esgrimes tu Cruz
como si fuera un acero.
Dame tu espalda de estrellas,
dame tu espada de fuego
para matar las serpientes
que se enroscan en mi cuerpo.
Dame tu espalda de luz,
dame tu espada de fuego.
Para matar las serpientes
que se enroscan a mi cuerpo.
Dame tu espalda de luz,
dame tu espada de fuego.
Para rasgar las tinieblas
que ennegrecen mi sendero.
Dame tu espalda de luz,
dame tu espada de fuego.
Y dame también el agua
de eternidad de tu pecho.
Que en la mitad de la ruta,
como un descanso romero
—con sed de Ti, luminosa
y ardiente—, me estoy muriendo;
oh Cristo de Tacoronte,
abrazado a tu madero.

autógrafo

Emeterio Gutiérrez Albelo


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Tomado de La ciudad del drago. Vida y obra de Emeterio Gutiérrez Albelo