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        ÁRBOL

Para la tumba de mi padre
el Escultor hizo un Árbol.

Un tronco, sin hojas,
que estará sobre la tumba
y será la semilla de huesos de mi casa.

Un Árbol fue siempre el símbolo
de mis mejores momentos,
de mi instante más amargo,
de mi futuro quieto y feliz:
mi Poema a España, la copa de la encina;
mis dos muertos, la resina,
y yo mismo mañana la raíz.

El Árbol fue mi metáfora por excelencia;
por él subí hasta cantar sobre el pimpollo;
en su tronco mordí hasta el jugo áspero,
por él bajaré a los cimientos
pero acaso me deje arriba un nido.
Por ahora,
comeré el fruto junto con la avispa
y escribiré un nombre en la corteza
y repartiré la semilla y la hoja:
a los buenos, la hoja verde,
a los simples, la semilla,
a los malos, la hoja seca.

Este tronco de Árbol, sin ramas ni hojas,
tiene de la Muerte lo fuerte y lo triste
y lo combatiente.

El Escultor lo quiso así
y Dios también:
Ved el alma desnuda que se va
y la Esperanza y la Ciencia
de torso atlántico,
de muslo de estalactita,
de brazo de península,
quieren retenerla y combaten,
pero la Muerte es segura
y a un lado está el Desaliento
y el alma desnuda ya está arriba
a punto de salir por la puerta del cuerpo;
el verano del tronco sin hojas
se resiente al invierno de la raíz de huesos...
Lo demás es un leñador
que tiene brazos de acero.

El Escultor, isleño y abrupto,
medio marino y medio herbolario,
un poco de contrabandista
y con mucho de «Quiero» en la mano patrona,
podría, con el cincel y con el martillo,
labrar sobre un acantilado
un alga de piedra,
o en la roca de uno de esos cabos nocturnos
—cabo Codera, cabo Unare—
tallar la rosa de los vientos
que hace volar en su tomo al Ulises de la nube
y sentarse a considerar
cómo el alfilerazo de los alcatraces
golpea el acero del mar
y hace saltar la chispa de un pez,
cómo el viento pega sobre la ola
y hace una instantánea de sal,
cómo la ola esculpe en la arena aquellos surcos
como caminos de hormigas que bordean el mar,
porque no saben que hay tanta agua
y no pierden la esperanza de pasar.
El Escultor, allí, en la playa,
alza su tronco de Árbol, como el mío, que un día
tuvo un Poema en la copa y la raíz en el mar.

Padre mío, con quienes me confieso a diario,
aquí está, sobre tu semilla seca,
el Poema del Escultor, el tronco de Árbol;
ya sabemos que tienes todavía tus hojas
y tus frutas intensas
en el Nuevo Huerto,
donde va el olor de las flores
después que el Árbol se ha muerto.

Francisco Narváez sembró un tronco de Árbol
que se floreció de repente
y las flores, sopladas de gloria,
la caerán al Sembrador en la frente.



Andrés Eloy Blanco


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