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        A LA FORTUNA

              I

  Fortuna pérfida y loca,
tu capricho al orbe manda;
con el audaz eres blanda,
con el tímido eres roca.

  Ciega que a gozar provoca
y hace al hombre padecer;
vana eres como el placer,
y aunque alientas alma infame,
no hay hombre que no te ame,
porque al fin eres mujer.

              II

  Veleta de oro, que gira
según el viento se muda;
Astarté ante quien desnuda
la prostitución se mira;
  aunque es tu favor
mentira, por llegarlo a poseer,
todos echan a correr
tras de ti, de ansia beodos;
pero tú burlas a todos,
porque al fin eres mujer.

              III

  Maga de rostro severo,
con el asta de Amaltea,
linda vuelves a la fea
y general a un arriero;
  ennobleces al fullero,
al bruto le das saber,
a un bicho le haces valer;
pero al conceder tu amor
siempre eliges lo peor,
porque al fin eres mujer.

              IV

  Prostituta, la virtud
es tu esclava, a quien humillas,
ante el crimen te arrodillas
y dispensas plenitud
  de bienes a multitud
de pícaros, que maguer
ahorcados debieran ser;
no extraño que des tus dones
a estúpidos y bribones,
porque al fin eres mujer.

              V

  Reina de las joyas falsas,
al que hoy elevas al cielo
lo arrojas mañana al suelo
y al abatido lo ensalzas.
  Al hombre mísero alzas
para dejarlo caer;
porque con sólo querer
haces todo en el instante...
eres tú muy inconstante,
¡oh Fortuna! al fin mujer.

              VI

  Vieja del mechón inmundo,
soberana sin conciencia,
ante cuya omnipotencia
de hinojos se postra el mundo.
  A todo hombre nauseabundo
que arrastra su noble ser
ante el oro y el poder,
tú la proteges, injusta,
que la adulación te gusta,
porque al fin eres mujer.

              VII

  Santa Juliana bendita
ató al demonio temido;
pero a ti nadie ha podido
atarle, calva maldita.
  En vano el hombre se agita.
Fortuna por detener
tu rueda que hace caer
al infeliz que la toca;
porque eres pérfida y loca
como una mala mujer.

              VIII

  Quien vivir sabe, te acecha;
desvelas al codicioso,
no te busca el perezoso,
el pródigo te desecha:
  el imbécil se despecha;
porque a nadie tu poder
contento puede tener,
y te maldicen no pocos,
que a todos los vuelves locos,
porque al fin eres mujer.

              IX

  Quien no tiene confianza
en ti, siempre te aborrece,
y quien menos te merece,
Fortuna, siempre te alcanza.
  Nadie pierde la esperanza
de llegarte a poseer,
sólo yo, mísero ser,
quizá filósofo o necio.
Fortuna, no te hago aprecio,
porque al fin eres mujer.

              X

  Tú, lo mismo que mi suegra,
me aborreces, vil Fortuna,
y aunque yo desde la cuna
he visto tu cara negra,
  no me aflige ni me alegra
tan villano proceder;
y sin pena, sin placer,
te doy la espalda, ¿qué quieres?
me fastidian las mujeres,
y tú al fin eres mujer.

Antonio Plaza Llamas


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