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        EL HOMBRE

  AL SEÑOR DON IGNACIO M. ALTAMIRANO

        HOMENAJE

...Où va l'homme sur terre?

V. HUGO

Allá va... como un átomo perdido
Que se alza, que se mece,
Que luce y que después desvanecido
Se pierde entre lo negro y desaparece.
Allá va... en su mirada
Quién sabe qué fulgura de profundo,
De grande y de terrible...
Allá va, sin destino vagabundo,
Tocando con su frente lo invisible,
Con sus plantas el mundo...
¿De dónde vino...?

Preguntadlo al caos
Que dio forma a los seres
De su potente voz al «levantaos»;
Decídselo a la nada,
Que ella, tal vez, sabrá cual fue la cuna
De ese arcángel vestido con harapos
A que llamamos hombre;
Que ella, tal vez, sabrá de donde vino
Ese titán pigmeo
Tan grande y tan mezquino,
¿Del lodo? puede ser; pero su frente
Está demasiado alta para el lodo;
¿Del cielo? puede ser; pero la tumba,
Donde concluye todo,
No dista de sus plantas más que un paso,
Y si fuera del cielo, debería
Ya que tiene un ocaso,
Tener también su oriente como el día.
Aborto incomprensible de la nada
Que lo lanzó, destello de su abismo,
Esperad esperad a que las sombras
Entre sus negros pliegues os cobijen,
Que allí tal vez, escrito entre esos pliegues
Encontraréis su origen...
Esperad el momento en que se os abra
Negro y aterrador ante los ojos,
Ese libro de sangre donde labra
La triste muerte en caracteres rojos
De sus calladas víctimas el nombre,
Y allí veréis, acaso, la palabra
Que os ayude a saber quién es el hombre.

                     *
                  *    *

Y entretanto... allá va...
      Solo... en el mundo
Que tiembla con su peso de gusanos
Y que al mirarle se estremece y duda;
Sobre la tierra inmensa
Que le siente su rey y le saluda,
Que le siente su dios v que le inciensa.
Allá va... soberano cuya frente
Circunda por diadema el infinito,
Monarca cuyo trono omnipotente
Es el trono de mármol y granito
Tallado por los buitres en la roca;
Y que marcha, y que marcha dominando
Lo mismo en lo que ve y en lo que toca,
Desnudo y mendigando
Un pedazo de pan para su boca.

                     *
                  *    *

Polluelo de ese cóndor de lo obscuro
Que se llama el misterio,
Y que sin alas y sin luz se lanza
Por el supremo espacio de la idea
En pos de una esperanza...
Polluelo que dormido entre la noche
Sueña ver una estrella,
Y enamorado de ella, y atrevido,
Se escapa de su nido
Creyéndose capaz de ir hasta ella;
Quién sabe anoche en su delirio blando
Qué luz o qué ilusión distinguiría
En medio de esas nubes caprichosas
Que pueblan, al soñar, la fantasía;
Quién sabe lo que en su alma
Durante la embriaguez germinaría;
Pero capullo que despierta rosa
Con los halagos de la brisa amante,
Él, creciendo de formas en el sueño,
Durmió pequeño y despertó gigante.
Y «El Universo es mío»
Clamó al sentirse poderoso y fuerte,
Y agitando su cráneo en el vacío,
Sin escuchar la ruda carcajada
Que como eco a su voz daba la muerte,
«¡Adelante!» —se dijo— «¡El mundo es poco
Para encerrar mi espíritu... hasta el cielo!»
Y sin mirar siquiera por donde iba,
Se lanzó despeñado como un loco,
Con la mirada arriba... siempre arriba.

                     *
                  *    *

Sonámbulo que duerme y deja el lecho
Al supremo mandato
De yo no sé qué voz grande y divina
Que alzándose en su pecho
Le sorprende y le grita poderosa:
«¡Levántate y camina...!»
Pisando aquí una espina y una rosa,
Y más allá una rosa y una espina,
El hombre con un cielo de esperanzas
Germinando en montón en su cerebro,
Sigue a tientas y a obscuras por la senda
Desde antes a sus pasos señalada,
Soñando... y en los ojos una venda
Que con sus pliegues lóbregos y espesos
Le impide que comprenda
Su marcha entre sepulcros y entre huesos.

                     *
                  *    *

Y allá va ...¡pobre niño que aún suspira
Como en los dulces tiempos de la infancia!
Mas dejadle seguir, y será el hombre
Que haga nacer la vida del osario.
El apóstol sin nombre,
Que Dios admire y que mortal asombre
Lo mismo en el Tabor que en el Calvario.
Dejadle caminar, dejad que siga
El vuelo de su genio por los mares,
Y mañana ese niño
Será el anciano pálido y fecundo,
Que, moderno criador, haga que brote
Del seno de las olas otro mundo.

                     *
                  *    *

Allá va... con un tronco por apoyo
Y un girón miserable por abrigo,
Valiente y ambicioso y soberano.
Bajo su mismo harapo de gitano
Y su corteza sucia de mendigo.
¿Qué busca? ni aun él sabe
Lo que busca en su loco devaneo...
Ni aun él acierta a definir ese algo
Que le hace encontrar siempre su deseo;
Pero titán del sueño que en la sombra
Forja un espacio y a escalarlo sube,
Él, mientras pisa en el inmundo cieno,
Se duerme con el pie sobre una nube.

                     *
                  *    *

Soñar... esa es la vida, ese es el puente
Que entre la cuna y el sepulcro media,
El papel miserable de Iviviente,
De la existencia vil de la comedia:
Soñar un cielo en que revueltos vagan
Hermosos y magníficos vapores,
La esperanza, la dicha,
La gloria y el placer y los amores;
¡Ondinas que se tienden por el aire
Al despuntar la vida, allá a lo lejos
Y que con ella crecen y con ella
Mueren entre los últimos reflejos!

                     *
                  *    *

Y, hermoso cisne que en el limpio lago
Agitando las olas con su pluma,
Ve brotar de su juego al dulce halago
Mil copos blancos de rizada espuma,
Y arroja un canto dolorido y vago
Al mirarlos perderse entre la bruma
El hombre en su tristeza,
Al ver rodar sus blancas ilusiones,
Sin colores, sin luz y sin belleza,
De la noche que empieza
Por yo no sé qué lóbregas regiones;
Suspirando y en lágrimas deshecho
Ante la triste realidad que asoma,
Arranca un ¡ay! terrible de su pecho,
Y luego, al dar un paso, se desploma.

                     *
                  *    *

Atleta del dolor, de nuevo emprende
La lucha formidable
Con ese gladiador de las tinieblas
Que se llama el destino;
Y cantando y sonriendo
Para insultar la palpitante pena
Que le destroza el corazón mezquino,
Lanza un grito feroz y entra a la lucha...
Pero, vencido al fin, rueda en la arena
Que su alma es poca y su amargura es mucha.

                     *
                  *    *

Y entonces... cuando hambriento de placeres
Soñándolos su presa,
Se mira débil y abatido y solo
Sobre el obscuro borde de la huesa,
Recuerda el Dios a quien por darle culto
Él se fingiera omnipotente y bueno;
Pero al sentir dentro del alma oculto
Del pesar y el dolor todo el veneno,
En su miseria misma
Lo ve pequeño, pobre,
Y cogiendo del cieno en que se arrastra
Miserable reptil con su congoja,
Burlándose de su ídolo, a la frente
Como un supremo insulto se lo arroja.

                     *
                  *    *

Después... el aire de la muerte zumba
Con su bramar inquieto,
El átomo vacila, y... se derrumba...
La tierra es una tumba...
El hombre un esqueleto.

                     *
                  *    *

Todo acabó... la noche de la nada
Confundiendo en sus pliegues
Todo eso grande que la mente forma
Y que en el cráneo encierra,
Sólo dejó al pasar, como en recuerdo
Un pedazo de tierra...
Y allí... ¿qué hay más allá...?
        ¿Qué encuentra el hombre
Tras ese velo negro que separa
La luz de las tinieblas...?
¿Es en la tumba, acaso, donde toca,
Viéndola cara a cara,
Esa ilusión que en su carrera loca
Convertida en vapor se le escapara?
¿Es allí donde encuentra los perfumes
Y las notas dulcísimas y suaves
Que no pudieron darle en sus encantos
Las flores ni las aves...?
O luminoso punto que camina
Partiendo de la nada,
Por un círculo estrecho, y que termina
Su existencia mezquina
Allí donde ha empezado la jornada
¿Concluye en el sepulcro
Que sus despojos últimos recibe?
¿Es allí donde muere para siempre?
¿Es allí para siempre donde vive?
¡Quién sabe...! Nuestra mente
No alcanza a descifrar esos arcanos
Escritos entre huesos y mortajas
Por yo no sé qué fétidos gusanos...
Remueve y busca en el inmundo hueco
Donde ha visto rodar un ser inerme,
Y sin hallar a sus preguntas eco,
Sólo ve un cráneo seco
Que entre sus antros asquerosos duerme
Y entretanto... allá va...
        Luz tenebrosa
Cuyo destino y cuyo ser esconde
La impenetrable niebla del abismo...
Allá va... tropezando y caminando
¡Sin comprender adónde,
Sin comprenderse él mismo...!

1869

autógrafo

Manuel Acuña


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