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        LAS FANTASMAS

IMITACIÓN DE LAS ORIENTALES DE VÍCTOR HUGO

                        I

  ¡Ah, qué de marchitas rosas
en su primera mañana!
¡Ah, qué de niñas donosas
muertas en edad temprana!
Mezclados lleva el carro de la muerte
al viejo, al niño, al delicado, al fuerte.

  Forzoso es que el prado en flor
rinda su alegre esperanza
a la hoz del segador;
es forzoso que la danza
en el gozo fugaz de los festines
huelle los azahares y jazmines;

  Que, huyendo de valle en valle,
sus ondas la fuente apure;
y que el relámpago estalle,
y un solo momento dure;
y el vendaval que perdonó a la zarza
la fresca pompa del almendro esparza.

  El giro fatal no cesa:
la aurora anuncia el ocaso.
En torno a espléndida mesa,
jovial turba empina el vaso;
unos apenas gustan, y ya salen;
pocos hay que en el postre se regalen.

                        II

  ¡Murieron, murieron mil!
la rosada y la morena;
la de la forma gentil;
la de la voz de sirena;
la que ufana brilló; la que otro ornato
no usó jamás que el virginal recato.

  Una, apoyada la frente
en la macilenta palma,
mira al suelo tristemente;
y al fin rompe al cuerpo el alma;
como el jilguero, cuando oyó el reclamo,
quiebra, al tomar el vuelo, un débil ramo.

  Otra, en un nombre querido,
con loca fiebre delira;
otra acaba, cual gemido
lánguido de eolia lira,
que el viento pulsa; o plácida fallece,
cual sonriendo un niño se adormece.

  ¡Todas nacidas apenas,
y ya cadáveres fríos!...
palomas, de mimos llenas,
y de hechiceros desvíos;
primavera del mundo, apetecida
gala de amor, encanto de la vida.

  ¿Y nada dejó la huesa?
¿ni una voz? ¿ni una mirada?
¿tanta llama, hecha pavesa?
¿y tanta flor, deshojada?
¡Adiós! huyamos a la amiga sombra
de anciano bosque; pisaré la alfombra
  De secas hojas, que crujan
bajo mi pie vagoroso
Fantasmas se me dibujan
entre el ramaje frondoso;
a incierta luz siguiendo voy su huella,
y de sus ojos la vivaz centella.

  ¿He sido ya polvo yerto,
y mi sombra despertó?
¿Cómo ellas estoy yo muerto?
¿O ellas vivas, como yo?
Yo la mano les doy entre las ralas
calles del bosque; ellas a mí sus alas;

  y a su forma vaga, etérea,
mi pensamiento se amolda...
A do, meciendo funérea
colgadura, el sauce entolda
un blanco mármol, de tropel se lanzan;
y en baja voz me dicen: ¡ven!... y danzan.

  Vanse luego paso a paso
por la selva, y de repente
desparecen... Yo repaso
la visión acá en mi mente,
y lo que entre los hombres ver solía,
reproduce otra vez la fantasía.

                        III

  ¡Una entre todas!... tan clara
la bella efigie, el semblante
me recuerdo, que jurara
estarla viendo delante:
crespas madejas de oro su cabello;
rosada faz; alabastrino cuello;

  albo seno, que palpita
con inocentes suspiros;
ojos, que el júbilo agita,
azules como zafiros;
y la celeste diáfana aureola
que en sus quince a las niñas arrebola.

  Nunca en su pecho el ardor
de un liviano afecto, cupo;
no supo jamás de amor,
aunque inspirarlo sí supo.
Y si cuantos la ven, la llaman bella,
nadie al oído se lo dice a ella.

  El baile fue su pasión,
y costole caro asaz:
deslumbradora ilusión,
que pasatiempo y solaz
a todo pecho juvenil ofrece;
pero el de Lola embriaga y enloquece.

  Todavía, cuando pasa
sobre su sepulcro alguna
nube de cándida gasa,
que hace fiestas a la luna,
o el mirto que lo cubre el viento mece,
rebulle su ceniza y se estremece.

  La circular se le envía,
que para el baile la empeña;
y si piensa en él de día,
en él a la noche sueña;
vuélanle en derredor regocijadas
visiones de danzantes, silfos y hadas;

  y la cercan plumas, blondas,
canastillas y bandejas,
mué de caprichosas ondas,
crespón, de que las abejas
pudieran hacerse alas; cintas, flores,
tocas de formas mil, de mil colores.

                        IV

  Ya llega... los elegantes
le hacen rueda; luce el rico
bordado; en los albos guantes
se abre y cierra el abanico.
Ya da principio la anhelada fiesta:
y sus cien voces desplegó la orquesta.

  ¡Qué ágil salta o se desliza!
¡Qué movimiento agraciado!
Sus ojos, bajo la riza
crencha del pelo dorado,
brillan, como dos astros en la ceja
de luz que el sol en el ocaso deja.

  Todo en ella es travesura,
juego, donaire, alegría,
inocencia... En una oscura,
solitaria galería,
yo, que los grupos móviles miraba,
a Lola pensativo contemplaba...

  Pensativo... caviloso...
y triste no sé si diga;
en el baile bullicioso,
el loco placer hostiga;
enturbia el tedio la delicia, y rueda
impuro polvo en túnicas de seda.

  Lola, en la festiva tropa,
va, viene, revuelve, gira:
¡valse! ¡cuadrilla! ¡galopa!
no descansa, no respira;
seguir no es dado el fugitivo vuelo
del lindo pie, que apenas toca el suelo.

  Flautas, violines, violones,
alegre canto, reflejos
de arañas y de blandones,
de lámparas y de espejos;
flores, perfumes, joyas, tules, rasos,
grato rumor de voces y de pasos,

  toda la exalta; la sala
multiplica los sentidos.
No sabe el pie si resbala
sobre cristales pulidos,
o sobre nube rápida se empine,
o en agitadas olas remoline.

                        V

  ¡De día ya!... ¿Cuánto tarda
la hora que al placer da fin?
Lola en el umbral aguarda
por la capa de satín;
y bajo la delgada mantellina,
cuela alevosa el aura matutina.

  ¡Ah! ¡que triste tornaboda!
Risas, placeres, ¡adiós!
¡Adiós, arreos de moda!
Al canto sigue la tos;
al baile, ardor febril que la desvela,
dolor que punza, y respirar que anhela;

  y a la fresca tez rosada
la cárdena sigue luego;
y la pupila empañada
a la pupila de fuego.
Murió... ¡la alegre! ¡la gentil! ¡la pura!
¡la amada!... el baile abrió su sepultura.

  Murió... la muerte la arranca
del abrazo maternal
—último abrazo— y la blanca
vestidura funeral
le pone, en vez del traje de la fiesta,
y es en un ataúd donde la acuesta.

  Un vaso de flores lleno
guarda la escogida flor,
que prendida llevó al seno;
y aún conserva su color:
cogiola en el jardín su mano hermosa,
y se marchitará sobre su losa.

  ¡Pobre madre! ¡Qué distante
de adivinar su fortuna,
cuando la arrullaba infante,
cuando la meció en la cuna,
y con solicitud, con ansia tanta,
miró crecer aquella tierna planta!

  ¿Para qué?... Su amor, su Lola,
cebo del gusano inmundo,
amarilla, muda, sola,
en un retrete profundo
duerme; y si en clara noche del hibierno,
interrumpe la luna el sueño eterno,

  Y a solemnizar la queda
los difuntos se levantan,
y en la apartada arboleda
fúnebres endechas cantan;
en vez de madre, un descarnado y triste
espectro al tocador de Lola asiste.

  «Hora es, dice, date prisa»;
y abriendo los pavorosos
labios con yerta sonrisa,
pasa los dedos nudosos
de la descomunal mano de hielo
sobre las ondas del dorado pelo;

  y luego la besa ufano;
y de mustia adormidera
la enguirnalda; y de la mano,
la conduce a do la espera,
saltando entre las tumbas, coro aerio,
a la pálida luz del cementerio,

  y tras un alto laurel
la luna su faz recata,
sirviéndole de dosel
nubes con franjas de plata,
que el iris de la noche en torno ciñe,
y de colores opalinos tiñe.

                        VI

  ¡Niñas! no el placer os tiente,
que víctima tanta inmola;
mas tened, tened presente
a la malograda Lola;
la compañera hermosa, amable, honesta,
arrebatada al mundo en una fiesta.

  Cercada estaba de amores,
gracia, beldad, lozanía,
y de todas estas flores
una guirnalda tejía;
y cuando en matizarla se divierte,
a esta dulce labor da fin la muerte.

autógrafo

Andrés Bello


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Incluido en Poesías Andrés Bello; prólogo de Fernando Paz Castillo, en www.cervantesvirtual.com