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EN EL ÁLBUM DE LA SEÑORA ENRIQUETA PINTO DE BULNES

A plantar mis versos van
en este bello jardín
una flor; no es tulipán,
no es diamela, es un jazmín:
el jazmín del Tucumán;

  el que su tapiz ameno
tendió a Enriqueta en su cuna,
y vino de aromas lleno,
imagen de su fortuna,
al suelo feliz chileno.

  Me encanta, flor peregrina,
esa tu actitud modesta;
el que te ve se imagina
ver una joven honesta,
que el rostro a la tierra inclina.

  Bella flor, y ¿a qué pincel
debiste tu nieve hermosa?
A tu lado, en el vergel,
vulgar parece la rosa,
y presumido el clavel.

  Esa nítida blancura
con que la vista recreas,
sin duda te dio natura
para que símbolo seas
de una alma inocente y pura;

  De una alma en cuyo recinto
no ardió peligrosa llama,
y que, por nativo instinto,
sólo nobles hechos ama,
cual la de Enriqueta Pinto...

  Mas, Enriqueta, tú quieres
la verdad en un ropaje
más natural, y prefieres
sus acentos al lenguaje
de que gustan las mujeres.

  Te enfadan alegorías;
desprecias vanas ficciones;
niña aún, te divertías
en instructivas lecciones,
no en frívolas poesías.

  Dejemos los oropeles
a labios engañadores
de almibarados donceles;
otras niñas buscan flores;
a ti te agradan laureles.

  Oye, pues, querida mía,
la voz ingenua y sincera,
que en fe de su amor te envía
una alma que considera
suya propia tu alegría.

  ¡Con qué júbilo afectuoso
contemplo esa unión felice,
nudo santo y amoroso,
que tantos bienes predice
a la esposa y al esposo!

  ¡Quiera fecundarla el cielo
con renuevos que den gloria
y grandeza al patrio suelo,
y le acuerden la memoria
o del padre o del abuelo!

  Y cual corre fuente pura
entre lirios y azahares,
así corra la ventura
siempre exenta de pesares
de tu existencia futura.

  O si la dicha terrena
tasa el Autor soberano
de la vida; si El ordena
que des al destino humano
tu contribución de pena,

  Hija, esposa y madre, amor
en ti consuelos derrame,
y te vuelva la interior
serenidad, y embalsame
las heridas del dolor.

  Y perdona, niña, a un viejo,
que, como triste graznido
de búho, en nupcial festejo,
te hace oír el desabrido
duro acento del consejo.

  Vanidad y afectación
jamás tu candor empañen;
y en toda voz, toda acción,
como suelen, te acompañen
cordura y moderación;

  Que en la fortuna más alta
es el mérito modesto
oro que a la seda esmalta;
y en un envidiado puesto
con más esplendor resalta.

autógrafo

Andrés Bello


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Incluido en Poesías Andrés Bello; prólogo de Fernando Paz Castillo, en www.cervantesvirtual.com